La pistola de los aranceles

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Ladrando Claro

Por Pablo Pérez

Esta columna la escribo directamente para que se haga vieja muy pronto… o no. Pero no puedo dejar pasar el episodio diplomático entre Colombia y Estados Unidos y el trato que le dieron los medios. Además quiero hablar de lo que yo, que para nada soy experto en relaciones internacionales ni diplomacia, leo entre líneas.

Todo comenzó cuando leímos y escuchamos que muchos reportaban que el gobierno de Colombia, a través de un Gustavo Petro muy activo y creativo en redes sociales, se negaba a recibir a los colombianos deportados desde Estados Unidos. 

Ahí arrancamos mal los medios de comunicación en general. Ningún país se puede negar a recibir a sus nacionales deportados y entre Colombia y Estados Unidos existe un acuerdo que ha permitido hasta 124 vuelos de deportación tan solo en 2024.

Pero hasta ahora los colombianos deportados viajaban en aviones civiles y el gobierno de Trump pretendía que ingresaran a territorio colombiano en un avión del ejército estadounidense. Un vuelo militar sobre territorio extranjero sin permiso previo de ese país, es una violación a la soberanía de cualquier nación.   

Además el gobierno colombiano exigía que sus ciudadanos fueran transportados de manera digna, la mayoría de los detenidos por la autoridad de migración y aduanas por su estatus de indocumentados no cuentan con registro criminal pero fueron obligados a viajar esposados de pies y manos.

Trump dijo que su negativa a recibir a los deportados colombianos: “pone en peligro la seguridad nacional y pública de Estados Unidos” siendo nomás tantiiiiito “drama queen» y amenazó con aplicar aranceles de 25% a todas las importaciones de origen colombiano, su pistola favorita en las negociaciones últimamente. 

Petro respondió que aplicaría impuestos similares a las importaciones estadounidenses, poniendo en peligro los 4 millones de toneladas métricas de maíz que Colombia compra anualmente para alimentación animal, más de mil 100 millones de dólares que los granjeros norteamericanos no pueden permitirse dejar de vender ahora que se quejan de estar en crisis, especialmente si México está tratando también de dejar de comprarles. 

De las negociaciones no sabemos nada porque se hacen a puerta cerrada, o más bien, en teléfono privado, pero al final nadie aplicó ninguna sanción tarifaria sobre nada y Petro logró que los deportados fueran repatriados en un vuelo colombiano sin cadenas. Estados Unidos seguirá deportando gente a todas las naciones pero los colombianos viajarán en condiciones más dignas que los guatemaltecos, hondureños y salvadoreños. 

Sin embargo, una buena parte de la prensa respondió “Trump doblegó a Petro”.

Perdón pero yo no lo veo por ningún lado, Colombia no dejará de vender los 6 mil millones de dólares de petróleo y 1.8 mil millones de café que pide el mercado norteamericano, Estados Unidos no va a deportar a más colombianos de los que ya tiene detenidos, no hay anuncio de que se aumenten efectivos en las bases norteamericanas en territorio colombiano, no se aplicó ningún bloqueo comercial a Colombia, lo único que pasó es que Estados Unidos cumplió con lo que Petro pedía en un principio: “no me mandes aviones militares y a los deportados no los trates como criminales”.

Qué definición tan rara de “doblegar” tienen algunos periodistas. 

Para mí, en esta situación doblegar sería seguir viendo vuelos de aviones con matrícula de la fuerza aérea norteamericana aterrizando en el aeropuerto de El Dorado llenos de colombianos deportados con cadenas en pies y manos,  justo lo que ya no va a pasar. 

¿El gobierno de Trump cedió a las peticiones del presidente colombiano y nos quieren vender la idea de que ganó en las negociaciones? 

No entiendo esa agenda, lo que sí entiendo y me queda muy claro es que Trump traía en la mano la pistola del 25% de aranceles que tanto le ha apuntado a la cara de Canadá y de México en estos últimos días, tuvo la oportunidad de usarla para que un presidente de un gobierno latinoamericano de izquierda aceptara todas sus condiciones y así dar un ejemplo de su poder al resto de las naciones del mundo y no lo hizo.

No lo hizo con su quinto socio comercial porque hacerlo, afectaría terriblemente al mercado interno estadounidense, pondría en problemas económicos a sus productores agrícolas (buena parte de su voto duro) y elevaría el precio de un producto básico (pero no indispensable) como el café.

Ayer mismo la jefa de prensa de la Casa Blanca de Trump, en una conferencia demencial, volvió a decir que a partir del primero de febrero aplicarán tarifas del 25% a las importaciones canadienses y mexicanas, sus segundo y primer socio comerciales. 

Si Trump dispara esa pistola se arriesga a que en su país suban de precio el tomate de Sinaloa, el aguacate de Michoacán, la naranja de Montemorelos, los zapatos de León, la lista es larguísima….además que México tendría otro pretexto para dejar de comprar los 3,500 millones de dólares de maíz amarillo que compra anualmente a los granjeros norteamericanos para alimentar nuestro ganado. 

Es probable que el primero de febrero se anuncie que gracias a las presiones México y Canadá aceptaron todas las condiciones de Estados Unidos y POR AHORA no se aplicarán las sanciones arancelarias que quedan ahí como espada de Damocles por si alguna vez nos portamos mal. Y los medios van a decir: “Canadá y México se doblegaron”.

Publicarán eso de acuerdo a la agenda del gobierno estadounidense que a toda costa quiere ocultar que la pistola de los aranceles en realidad no tiene balas o más bien que dispararla es darse un tiro en el pie en medio de la crisis económica que llevó al electorado norteamericano a pedir un cambio. 

Como dije, esta columna se va a hacer muy vieja en un par de días si despertamos el sábado con aranceles por todos lados, lo malo no es que me equivoque sino que tendremos que sortear difíciles situaciones económicas por un rato, como ya hemos hecho muchas veces. Por lo menos, ojalá, con aguacates baratos. 


Pablo Perez Verificado

Pablo Pérez (@paperjourno) es periodista y productor audiovisual, de niño quería ser parte de la tripulación del Capitán Cousteau. Estudió Ingeniería Bioquímica, es ganador de un Premio Nacional de Periodismo que lo usa como tope de puerta, es contador de historias y muy crítico de narrativas engañosas.

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