Por Ivonne Valdés*
La voz de la enfermera Vianey Martínez se pausa ante el desconcierto de sus propios recuerdos mientras relata algo que para cualquier madre sería precioso, pero para ella es el oscuro momento en el que se percató que estaba sumergida en el trauma.
“En ese entonces mi bebé tenía un año y medio y cuando me dice mamá, su primera palabra fue para mí y mi esposo se emocionó, pero a mí no me causó nada”, expresó la enfermera en el área Covid-19 del Hospital San José en Monterrey, Nuevo León desde que comenzó la pandemia.
“Ahí me empecé a preocupar, yo bloqueé todos mis sentimientos… para evitar sufrir como mecanismo de defensa”.

La desconversión acelerada de hospitales Covid-19 y la cada vez menor necesidad de camas destinadas a pacientes graves o conectados a ventiladores dan indicios que la cuarta ola va de salida, pero la lucha del personal médico en México por comenzar a sanar mental y emocionalmente, se ve lejana.
Vianey comparte una batalla similar a la de un veterano de guerra: síntomas de trastorno de estrés post traumático (TEPT).
El trauma tiene rostro
“No dormir bien, dejar de comer, pesadillas, paralizarse, sin ganas de hacer nada, una depresión terrible y distimia con altos y bajos en el estado de ánimo”, son las principales señales que indican que una persona padece TEPT, de acuerdo con la doctora Lilian Nurko.
Lilian, especialista en terapia centrada en el trauma, atendió junto a un grupo de psicólogos y psiquiatras, tres líneas de atención telefónica a través de distintas fundaciones, institutos y hospitales dedicadas a personas en crisis, asociadas con el estrés provocado por la pandemia.

Muchos de sus pacientes han sido personal médico y de enfermería buscando apoyo, tras vivir situaciones de desesperanza: tener que pasarle el celular a pacientes para que se despidieran de sus familias antes de fallecer o enfrentar la decisión de quien sí tendría o no un ventilador.
“No tuvimos una guerra, pero sí fue una guerra… una guerra contra el Covid-19. No estábamos peleando unos contra otros, pero sí contra algo que nadie entendía”, destacó Lilian.
Las secuelas del exceso de muertes
Aún formados para enfrentar un acercamiento constante a la muerte y el dolor, la impotencia de perder pacientes diariamente, marcó al personal de salud. Lilian recuerda con desazón ver en las noticias, las ambulancias afuera de los hospitales en espera de que alguien falleciera para liberar una cama.
Para Dolores Hernández, médica general de la clínica 8 del IMSS en Ciudad de México, una imagen similar quedó grabada en su memoria.
“Era impresionante ver las carrozas formadas en el hospital, y muchos eran pacientes que habían estado en nuestras manos”, relató.

Dolores titubea al hablar el concepto de depresión porque la inunda la tristeza, pero predomina más la conmoción y aún se pregunta cómo etiquetar sus emociones.
“Una vez llegó un paciente de 40 y algo y no quería que le hiciéramos nada, a mí me tocó revisarlo, empecé a ofrecerle opciones como sedarlo y me dijo ‘eso sí lo quiero’, le dije voy a ir por tu medicamento, me di la vuelta, fui a avisar a enfermería… te juro que no tardé más de cinco minutos, cuando regresé ya estaba muerto”, narra al recordar los días que trabajó en el área Covid-19 del Hospital General Regional No. 1 “Dr. Carlos Mac Gregor”.
Afrontar un desafío abruptamente
A pesar de la profesión, no todos están acostumbrados a perder pacientes, Claudia Arellano, médica anestesióloga trabaja en la clínica 1 del IMSS en Saltillo, Coahuila, pero estuvo comisionada en la unidad médica donada por CEMEX al Seguro Social, donde fue asignada como líder del equipo Covid-19.
“Por ser líder me tocaban los pacientes más graves, en caso de que un paciente se complicara, yo intubaba porque por ser anestesiólogos nos consideran los expertos en la vía aérea, porque todos los días somos quienes ‘dormimos’ a los pacientes” explicó.

Claudia describe su experiencia en el área Covid-19 y lejos de su zona de confort como “muy infeliz”.
“A lo mejor se escucha muy despreocupado o egoísta, pero como yo no estaba acostumbrada a ese tipo de trabajo pues sí me frustraba. Nosotros los anestesiólogos estamos acostumbrados a tratar pacientes durante horas, no días ni semanas y yo tenía casos que duraban meses”, expresó.
Un caso de éxito en medio del caos
Tres meses antes de que la pandemia llegara a Nuevo León, en el TecSalud (sistema de salud del Tecnológico de Monterrey conformado por la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, la Fundación TecSalud, y los hospitales San José y Zambrano Hellion), ya se alistaba un equipo especial de monitoreo de salud mental del personal sanitario.
De acuerdo con Iris Garza, líder de proyectos especiales en la Dirección de Enfermería del sistema, una de las primeras preparaciones que hicieron fue en el tema de resiliencia.
Tres veces a la semana, el personal de salud recibía un enlace con respiraciones guiadas, ejercicios de relajación y audios tranquilizantes para anticipar el estrés que vendría.
Sin embargo, aun con las acciones de prevención, la presión se apoderó del área Covid-19 cuando superaron los 60 pacientes críticos y llegaron las jornadas de hasta 16 horas.
“Hubo un caso muy particular de una enfermera que cuando se le murió su paciente, se agarró en el área llore y llore sin parar de desesperación”, contó Iris.
A raíz de ese momento, en cada departamento se formaron grupos para dar apoyo psicológico, con sesiones de terapia y evaluaciones constantes que medían el impacto de la intervención, antes y después de recibir ayuda.
“De 900 personas, en 2020 el 80 por ciento tenía alteraciones de sueño y 40 por ciento ansiedad y depresión; según la medición de agosto 2021 alteración del sueño bajó a 60 por ciento y ansiedad y depresión a 34 por ciento”, expuso.
Trincheras desiguales
De acuerdo con el infectólogo Michel Martínez, jefe del área Covid-19 del TecSalud, proteger al personal con las mejores herramientas fue prioritario.
“Conseguir buenas mascarillas N95, buenas batas, en aquel momento utilizábamos el tyvek (traje de seguridad desechable) cuando no sabíamos qué tan contagioso o qué tan letal podía ser el SARS-CoV2, caretas, goggles, darle cursos de cómo ponerse el equipo de protección personal, como retirarlo”, explicó Michel.

Mientras que la situación en el IMSS era muy distinta, a Claudia le daban a elegir entre bata u overol, consiguió sus propias gafas de protección y cuando pedía equipo de su talla, las excusas iban desde “ya lo pedimos doctora, pero no nos ha llegado” hasta “pedimos muy pocos y se acabaron rápido”.
La puesta, retirada y la falta del equipo protector es para ella una de las cosas que más atribuye a su agotamiento.
Información proporcionada por TecSalud afirma que de 384 elementos de enfermería que se contrataron durante la pandemia, 42 provenían de instituciones públicas, es decir, un 11 por ciento.
“En manera global o general creo que la gente se sentía respaldada por la institución, cosa que a lo mejor por lo que he escuchado de colegas que laboran, por ejemplo, en el Instituto Mexicano del Seguro Social esto no existía para nada”, dijo Michel.
El mayor temor
Lilian destaca el caso de una joven doctora con hijos pequeños que llegó a ella, consumida por el miedo a estar con su familia y contagiarlos, pero desolada por estar lejos de ellos para no arriesgarlos. “Estaba en riesgo de perderse, de tener un breakdown nervioso”, comentó.
Por su parte, Dolores vive con su mamá y aunque decidieron pasar el confinamiento juntas, vive en constante estado de alerta por no bajar la guardia.
Para Michel, alejarse de su hijo de cuatro años y de sus padres es lo que más impactó su salud mental. “Él estaba más al cuidado de mis papás y tenía que verlo menos tiempo, en un patio a distancia con cubrebocas los dos, eso fue lo que más me pudo”, expresó.
Mientras que Vianey, aún sueña que corre desesperada para llegar a sus pacientes. “Procuro no acordarme de eso, creo que si me pongo a escarbar un poquito salen muchas cosas”, dijo.

¿De dónde viene su ayuda?
Claudia mencionó que, aunque “se supone que sí existe” el apoyo para salud mental para el personal que labora en el Seguro Social, se le “hizo más fácil” buscar ayuda directa con amigos psicólogos.
En el caso de Dolores, la cuerda de salvamento fue la conexión que logró con sus compañeros de trabajo, centrarse en cosas cotidianas de la convivencia laboral pronto le otorgó una segunda familia que la ayudó a enfrentar etapas de ansiedad.
Tras cinco sesiones con los psicólogos gratuitos que le proporcionó el TecSalud, Vianey pasó de gritar y sollozar incontrolablemente mientras manejaba del trabajo a su casa; a presentar y acreditar orgullosamente un examen para formar parte del programa propedéutico de Enfermería de Práctica Avanzada en Terapia Intensiva.
Según Lilian, la manera más transformadora de comenzar a sanar al personal médico en nuestro país sería formar grupos, incluso virtuales, para que tengan espacios para coincidir en experiencias y compartir cómo se sienten.
Ayuda sin comunicación no sirve
Aunque el IMSS ha informado al Senado de la República que existe un apoyo psicológico establecido por la institución, los turnos desiguales del personal de salud cansado y la falta de divulgación de dicha ayuda, hacen que la atención requerida, no llegue a quienes la necesitan.
“No, la verdad es que no mucho. Había algunos letreros de apoyo psicológico, pero yo nunca acudí y tampoco es como que eran muy publicitados”, comentó Dolores sobre la ayuda ofrecida por su lugar de trabajo.
“Es típico que te digan ‘no preguntó doctora’ pero yo no sé qué debía preguntar. No sabía que estaba disponible, que había cita con el psicólogo”, dijo Claudia sobre el mismo aspecto.
¿Con qué personal médico y de enfermería nos quedamos?
“Quedamos en manos de médicos a los cuales estoy muy agradecida. La mayoría sacaron esta parte guerrera y esta parte de resiliencia, pero también siento que en un sentido lastimados y enojados porque no se les apoyó como esperaban”, opinó Lilian
El caso de Sanjuana Nava, enfermera y coordinadora de turno de emergencias del TecSalud, afianzó el compromiso de ayudar a sus pacientes tras vivir uno de los más grandes dolores de su vida.
“Para mí, el trauma mayor fue tener a mi esposo como paciente al borde de la muerte. Había mucho dolor, pero al mismo tiempo mi trabajo, porque nunca dejé de trabajar, era algo que me daba valor y fuerza”, narró.

Sanjuana volcó sus esfuerzos en cuidar a sus pacientes, mientras depositaba su confianza en los colegas asignados a la atención de su marido, con la seguridad de que bajo los cuidados del equipo, tendría la misma atención para salir adelante y recuperar la salud como si él hubiera estado en su guardia. Días después, Sanjuana volvía a casa con su esposo, tras ser dado de alta.
El personal médico aún no termina la batalla, todavía no hay regreso a la normalidad y salir adelante para superar los traumas y recuperar la salud mental debe quedar en espera porque un nuevo combate apenas inicia: la incertidumbre laboral.
Luego de las contrataciones masivas de personal sanitario en todo el país para responder de manera inmediata a la pandemia; ahora médicos, doctoras, enfermeras, camilleros enfrentan la posibilidad de perder el espacio que en los últimos dos años fue su campo de batalla.
La precarización laboral del sector salud, orilla a los profesionistas a firmar contratos temporales, Dolores ha pasado hasta 20 días esperando un nuevo contrato, mientras no recibe un sueldo;, tiene amigos médicos que pasan hasta cuatro meses sin firmar la renovación de su contrato.
“No saber si te van a volver a contratar la siguiente quincena, es tremendo. No te deja planear otras partes de tu vida, si tienes familia, cosas que hacer en la casa, cosas que urgen además del trabajo”, expresó Dolores. “Pero con estos cambios no puedes planear tus gastos porque no sabes si te van a pagar”.
*Periodista mexicana que cubre temas de educación, activismo, derechos de la infancia, salud mental y conflicto internacional. Teóloga con especialidad en niños y familias. Investiga y narra historias con enfoque en periodismo de soluciones.
