Lo imaginario y sus morfógenos

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ÁGORA

Por Ana Cristina García-Luna Romero*

Los espejos son algo que utilizamos todo el tiempo y constantemente, para vernos a nosotros mismos, para ponernos como un objeto de estudio crítico.

Checamos si nuestra ropa se ve bien, para ver cómo otros nos están viendo. Son estos espejos los que nos muestran cierta realidad, pero esta realidad está sesgada epistemológicamente, pues llevamos puesta una perspectiva con la cual vemos al mundo.

Sin embargo, cuando quitamos la foto de nuestro reflejo y lo llevamos al cuadro que se forma en el marco del espejo podemos notar cómo nos estamos relacionando con la realidad y cómo nos vemos alrededor de la misma.

Al llevar una clase de epistemología, el profesor o profesora hace énfasis en que hay muchos aspectos que pueden condicionar lo que conocemos, pues afectan el cómo conocemos. Las convenciones de la sociedad en la que vivimos, las creencias de nuestra familia, el sistema político y económico, nuestra cercanía a las redes sociales, nuestra religión o contexto religioso, incluso la geografía de la ciudad en la que vivimos.

Sin embargo, tendríamos que hacer cierto énfasis en nuestras vivencias personales, pues a partir de esto se empieza a formar el complejo mundo de nuestro imaginario.

Nuestro entorno es, sobretodo, lo que nos diseña unos lentes personalizados a través de los cuales miramos el mundo, quiénes y qué nos rodea puede ser lo que es esencial en la perspectiva que tengamos de nosotros mismos.

Las ciudades son de dónde parte nuestra manera de entender lo que sucede fuera de nosotros. De ahí la gran metáfora que hace Narváez Tijerina (2015) utilizando los espejos a través del cual nos vemos a nosotros mismos.

Al visualizarnos dentro de la idea que tenemos de nuestro yo, también estamos poniendo en riesgo lo que podemos externar a los demás. Este mismo autor cuenta su experiencia acerca del proceso en el que niños tienen la capacidad de formar ciudades completamente jerarquizadas en su cabeza.

Entonces, cuando nos preguntamos si ellos también logran entender la manera en la que está organizada nuestra sociedad, la respuesta es que sí. Si nuestras ciudades son el reflejo de jerarquías sociales bien establecidas física y mentalmente, los niños son también capaces de formar su infancia a partir de estas ideas.

Tenemos que decir que estas ideas son también los cimientos de nuestra concepción del mundo y, de nuevo, de nosotros mismos. Si miramos esto desde cierto punto de vista, las autoridades desempeñan un rol muy significativo en la construcción de nuestro yo y en cómo éste afecta a todos los demás.

Aristóteles fue un filósofo griego que nos puede apoyar con su perspectiva acerca de cómo todos nosotros somos animales políticos. Desde su obra en respuesta a Platón, nos muestra un punto de vista un poco menos jerárquico que el de su predecesor, ya que nos presenta con la idea de una sociedad unida por necesidades en común.

Aunque, es necesario recalcar que también explica que hay personas que nacen siendo esclavos por su propia naturaleza, pero no me enfocaré en eso, pues es parte de su contexto y no de su propuesta. Para él, existen varios niveles de las necesidades de las personas, desde lo cotidiano y superficial, hasta lo más importante, la ciudad-estado, con el fin de una autarquía.

Se tiene que hacer énfasis en que todo esto, en conjunto, es la polis o la ciudad-estado, dentro de la cual se puede encontrar la virtud.

Nos podemos preguntar, entonces, si el hombre es un animal político y sólo dentro de una ciudad igualitaria y bien formada, que lo pueda involucrar políticamente, puede ser virtuoso, ¿qué nos están haciendo las ciudades ilegibles y mal formadas, que nos separan en lugar de unirnos? No puede ser algo que nos ayude realmente, tal vez sea, al contrario.

De esta manera, pensamos en Aristóteles y su manera de ver el mundo, y sobretodo, al ser humano, pues es el centro y creador de nuestra ciudad. Si estamos en medio de ciudades que solamente están hechas para algunas personas y presentan una mayor legibilidad en ciertas zonas, tal vez es pertinente analizar qué imaginarios crean las personas que viven dentro de las áreas con menos legibilidad.

Las formas que Narváez Tijerina introduce en su texto, son una parte fundamental para el desarrollo de nuestras perspectivas y también de la felicidad de las personas. Pues esta felicidad, para algunas personas, no es algo que se base en bienes, sino en experiencias del día al día.

Así, nuestro entorno es lo que dictamina la manera en la que muchos ciudadanos experimentan la felicidad, pues cuando existe un grado mayor de pobreza, el espacio físico es lo que alimenta los pensamientos que se están formando.

Es probable, entonces que el “espejo” que son los espacios puedan hacer que una educación uniforme no sea suficiente para crear a personas iguales si vienen de espacios diferentes.

Si pensamos en la idea de Aristóteles, de una ciudad igualitaria (en cierta medida), suponemos que esto se crea a partir de una idea de una educación que pueda ser igual para todos, o al menos que las bases de todos los ciudadanos sean iguales.

Quizá dentro de esta idea de ciudadanos iguales, esté la idea de crearnos en espacios que sean igualmente legibles y justos para todos. Sin embargo, pensar en esta legibilidad hoy en día es casi utópico, especialmente hablando de Latinoamérica, y hablando también de estas periferias que crecieron y continúan creciendo sin intenciones de que lo hicieran.

Si existe, por lo tanto, una visible (literalmente) desigualdad, entonces también existe un imaginario de la sociedad desigual que se implanta en todos nosotros y que interiorizamos por completo sin antes poder comprenderlo realmente. Uso de nuevo el ejemplo de los niños, que pueden jerarquizar una ciudad a partir de solamente experiencias.

El efecto de esto, es que haya personas que se vean a través del espejo como inferiores y otras como superiores, pues esto es claramente lo que se muestra en nuestros espacios, compartidos o no.

Sin embargo, existe otro lado completamente distinto de la moneda a esta ilegibilidad que se presenta ahora en la morfología de las ciudades, y que crea imaginarios. Nos hace creer que tal vez el reflejo que muestran estos imaginarios son la respuesta a poder ver nuestros espacios con más claridad.

Puede ser que vivamos en un completo desorden lleno de errores y desigualdades, no obstante, los espejos con los que miramos nuestra realidad puedan ser lo que aclaren la característica borrosa y descuidada de los espacios.

Es algo un poco metafísico, pues se intenta ver a través de la perspectiva de la realidad que las personas tienen, con el fin de descifrar qué es lo que constituye y cómo están ordenadas las zonas que habitamos como conjunto.

A través de estos espejos podemos darnos cuenta de que en la imagen no solo están las ciudades y quienes nos rodean, sino también estamos nosotros. Si estudiamos esto, podremos deshacer los nudos que atoran el desarrollo geohumanista de las ciudades, pues así es como identificamos nuestras preocupaciones y puntos más pertinentes dentro del mismo tema.

Los espejos también pueden reflejar cómo estamos dentro de procesos constantes de cambio, ya sea que lo notemos o no, si nos vemos en un espejo que refleje la realidad que teníamos hace un año, es seguro que notemos una gran diferencia.

Nuestro imaginario va cambiando, y junto con éste (o tal vez al revés en términos de causa y efecto) nuestros espacios y ciudades.

Al relacionar esto con la morfología de nuestras ciudades, podemos decir que la ilegibilidad no solamente se debe a que las ciudades están construidas de manera desordenada, sino que ya no cumplen con las necesidades que nosotros teníamos tal vez hace veinte años.

Entonces, una ciudad que se construye sobre otra ciudad que se igualaba a nuestro yo en conjunto de hace veinte años, hoy en día no es perfecta, a pesar de haber cambiado para intentar igualarse con nosotros.

Es por estas razones que vemos a personas constantemente en dificultad por desplazarse a lugares opuestos de sus viviendas, en un camión que ya no puede proveer suficiente espacio de calidad para la demanda que existe, en una cantidad de tiempo exagerada para la distancia recorrida, solamente para encontrar trabajo. La manera en la que están construidas nuestras ciudades ya no está al nivel que nuestras necesidades, esto porque ha cambiado.

Si esto lo aplicamos a los espacios, el imaginario de cada persona puede ser dividido entre partes de la realidad que tal vez no habíamos visto con anterioridad. Y si lo vemos con la perspectiva de Heráclito, entonces podemos ver cómo cada parte individual va cambiando conforme avanza todo. Incluso, cómo cada parte tiene sus propias partes que también van cambiando.

Todo esto nos puede dejar ver cómo es que todos los espacios pueden reflejar distintas realidades y distintas partes individuales al verse en un espejo. Y no solamente eso, sino que son los espejos los que también pueden dejarnos ver una parte esencial de nosotros mismos, una parte que Narváez Tijerina también introduce diciéndonos cómo podemos ver nuestros deseos, sueños y experiencias personales, pero eso es solamente si nos vemos nosotros mismos reflejados. Pero hay que darnos cuenta de que todo esto se refleja junto con todo lo que nos rodea, y quienes nos rodean también.

Quizá al poner a dos realidades de frente, no veamos partes individuales iguales, sino completamente distintas. A pesar de que los espejos son una herramienta de un solo uso, tal vez habrá personas que las necesiten para cosas diferentes.

De esta manera, debemos de reflexionar acerca de nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros lazos con otras personas, nuestros valores… todo esto depende de la calidad de nuestras ciudades o entornos.

Parece que la metáfora que se hace de los espejos es muy compleja para entenderla en primera instancia, pero es solamente una herramienta para notar la introspección que podemos hacer al separarnos de nuestros lentes que han formado nuestros espacios.

En este momento en el que se considera que las ciudades están en una crisis relacionada a la calidad de vida urbana de sus habitantes, es importante recordar que no podemos estudiar su morfología sin estudiarnos a nosotros primero.

Somos nosotros quienes creamos los espacios, a pesar de que la base de ellos ya fue creada por personas ajenos a nosotros en el pasado. Tal vez es un efecto que va como viceversa, somos los que creamos los espacios y los espacios nos crean también a nosotros.

No obstante, tenemos que mirar y analizar nuestra realidad a través de reflejos en un espejo para poder escaparnos de ver solamente un lado de la historia y poder ver el todo junto con sus partes. Si no hacemos esto, entonces dejamos que los espacios nos condicionen constantemente.

Al salirnos de esto, podemos ver en nuestros imaginarios individuales y colectivos la respuesta a nuestras propias necesidades y tal vez crear ciudades que respondan a ellas de manera sostenible.

ÁGORA es un espacio de reflexión del Consejo Nuevo León


ana claudia

* Licenciada en Arquitectura por la Universidad de Monterrey, especializada en urbanismo en la PUC de Rio de Janeiro, Brasil. Es Maestra en Arquitectura y Sostenibilidad por Universidad Politécnica de Catalunya y Maestra en Administración de Proyectos de la Edificación en México. Es socia y subdirectora del consorcio Green Consulting donde actualmente laboran arquitectos y especialistas en diversas sedes de Latinoamérica.

 

 

Referencias

  • Aristóteles (2007). Política (trad. T. Calvo Martínez). Barcelona: Gredos.
  • Narváez Tijerina, A.B. (2006). Ciudades Difíciles. El futuro de la vida urbana frente a la globalización. Monterrey, México: Universidad Autónoma de Nuevo León.
  • Narváez Tijerina, A.B. (2015). Los imaginarios y sus morfógenos. Monterrey, México: Universidad Autónoma de Nuevo León.
  • Platón. (1872). La República. [Trad. Patricio de Azcárate] Madrid, España: Editorial Medina y Navarro.

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