Por Pablo Pérez*
Escribo esta columna recordando una plática de hace un par de meses en la que una colega estaba obstinada en hacerme «corrido-explaining» y cuestionar mi postura acerca del género, al final me preguntó si estaba a favor o en contra de los corridos y le respondí: «Ni una ni otra, el corrido nomás existe y ya».
Me llama muchísimo la atención que en estos días hay gente que acaba de conocer la música popular pero se siente obligada a discutirla defendiéndola o atacándola a capa y espada con supuestos análisis profundos.
Por eso, quiero hablar del lado narrativo de ese que algunas personas llaman el fenómeno musical del momento, como si no hubiera corridos que hablan de crimen organizado desde principios del siglo pasado, muchos de ellos muy famosos internacionalmente.
Primero que nada hay que dejar de lado la idea de la apología de la violencia, de eso no hay medio que se salve y para eso basta ver la oferta de series y películas de cualquier plataforma, la violencia existe hablando sobre cientos de temas en los que la justicia siempre queda muy por detrás de la venganza o el poder como motivo.
Y si lo que les preocupa es la legalidad, nadie se preocupa del mismo modo por la serie de John Wick, que trata de un cártel global de asesinos que operan totalmente al borde de la ley, eso sí, siguiendo códigos internos extremadamente estrictos que sólo el héroe puede romper, si es necesario para la trama.
El problema es, y aquí retomo lo dicho por Dahlia de la Cerda, principalmente de clase.
A muchas «buenas conciencias» les molesta que se hable de la historia de pobres que forman parte de algún tipo de estructura de poder y la «violencia de los pobres» solo les gusta cuando se usa en forma de advertencia por Michel Franco o si se puede exotizar para su diversión como en la lucha libre, que de repente se vuelve destino obligado para llevar a los visitantes extranjeros.
También hay quien ensalza a los corridos justamente por eso, por ser un género que habla del duro trámite de salir de la pobreza, la misma Dahlia lo dice en su podcast.
Ahí también creo que se exagera y se piensa como exclusivo lo que no es más que uno de los temas más recurrentes, lo llaman «El tropo de pobre a rico» y tampoco es que narrar la adquisición de esa riqueza por vías ilegales sea idea nueva, solo basta recordar una novelita por ahí que se llama «El gran Gatsby»…
Pero claro que esa parte de la historia es una vez más un mito, como toda estructura jerárquica los grupos criminales están sujetos más que nada al nepotismo y se accede a ellos desde distintos niveles de privilegio, no en balde hay tantos capos hijos de capos y tantos capos que comenzaron su carrera como terratenientes, pero esos cuentos no tienen chiste y siempre hay que adornarlos.
Y es que claramente son cuentos, ficción aderezada con detalles de realidad para que sea más atractiva. Por difícil que parezca para los que se sienten «educados», del mismo modo que la gente sabe que las aventuras de Jay Gatsby y John Wick son ficción; el público de los corridos tumbados también entiende perfectamente que las cosas que se cuentan son una ficción construida para narrar aventuras emocionantes.
Claro, muchas de esas historias se hacen por encargo y dentro de la industria musical hay relaciones con el crimen organizado, pero estoy seguro que hay mucho más lavado de dinero que otro tipo de actividad.
Pero a todo esto, lo que más me importa es esta idea de que los corridos, la violencia y la falta de oportunidades impulsan a los jóvenes a querer ser sicarios, otra vez es un argumento super clasista que asume que la pobreza está obligatoriamente asociada con «el mal» y que si es necesario matar para dejar la pobreza, los jóvenes tomarán ese camino sin pensarlo dos veces.
Entonces, ¿por qué vemos cientos de miles de migrantes, muchos de ellos con los orígenes más humildes imaginables, que cruzan caminando nuestro país?
Muchos, muchísimos son jóvenes de entre 14 y 18 años que cuando les preguntas porqué salieron su país (para pasar hambre con la expectativa incierta de trabajar en la construcción o el comercio informal en una tierra extraña), la mayor parte de las veces responden: «Es que si me quedo en mi tierra me reclutan, y yo no quiero ser sicario».
Así que creo que no se trata de quejarse de o defender a los corridos ni a ninguna expresión cultural, si no de poner más atención a la realidad.
