Por José Juan Garza
Los centros de reinserción social como construcciones políticas y arquitectónicas se convierten en espacios representativos de las formas en que operan los mecanismos normativos y represores sobre los grupos más vulnerables, especialmente la población perteneciente al colectivo LGBTIQ+, ya que encarnan corporalidades transgresoras al interior de espacios profundamente heteronormativos/binarios.
Las personas que exhiben fugas corporales de la norma o del deseo heterosexual son castigadas porque generan una interrupción de la lectura simbólica normativa, por lo que se vuelven en blanco de discriminación, y en algunos casos, de tortura y muerte (Torres-Rodríguez, 2017).
La geografía, la ciudad y la arquitectura se ha conformado en y por la heteronormatividad de la producción y reafirmación de los cuerpos binarios, entendiendo de esta manera que estas son las únicas corporalidades aceptables, y la forma absoluta de entender la sexualidad es heteronormativa, por lo que los espacios carcelarios no son la excepción, sino uno de los ejemplos más claros.
Los centros penitenciarios evidencian las relaciones sexo, género y deseo, que se revelan con la incorporación de cuerpos no binarios, manifestándose de manera evidente en la división y clasificación de las personas dada solamente por la expresión genital, sin pensar en la expresión de género.
“En la reclusión se generan nuevas cadenas de poder, en las que las características del patriarcado y la hegemonía se guían por otros patrones” (Torres-Rodríguez, 2017, p. 76).
El poder que se estructura lleva a que los cuerpos dominantes o importantes opriman a los cuerpos no dominantes o abyectos, lo que provoca que el hacinamiento, las condiciones de vida, la poca higiene, la vejación social, discriminación, de los cuerpos no importantes caiga en la invisibilidad para el sistema heteronormativo y por lo tanto para la sociedad misma (Butler, 2005, como se menciona en Torres-Rodríguez, 2017).
Esta desmoralización y deshumanización de las personas privadas de su libertad, es aún mayor cuando estos cuerpos son doblemente castigados por una identificación no binaria o por una orientación sexual no heterosexual.
En este sentido, la invisibilidad, el estigma social, la falta de comprensión y sensibilidad por parte de las autoridades encargadas de hacer cumplir la ley, así como la deficiente atención a este grupo vulnerable, ha generado que las personas LGBTIQ+ sean constantemente expuestas a violaciones de derechos humanos en los centros de reclusión, incrementando significativamente su vulnerabilidad en un entorno donde su identidad y seguridad personal son desafiadas constantemente.
La discriminación sistemática y las formas de violencia basadas en la orientación sexual e identidad de género han violentado los derechos fundamentales de las personas LGBTIQ+, pasando por encima de lo establecido en el marco jurídico tanto mexicano como internacional (Becerra, 2024).
Existe sin duda en nuestra cultura un orden binario (hombre y mujer) que no concuerda ya con la realidad que vivimos, por tal motivo se tiene que hacer una nueva formulación de arreglos y estructuras existentes que tienden a subyugar a la población diversa (Saldivia, 2009, como se menciona en López, 2018).
La reproducción del binarismo sexo-género genera actos estigmatizantes, violentos y discriminatorios hacia aquellas personas fuera de la normatividad, actos que van en contra de los derechos que se reconocen en la Carta Magna, como la dignidad humana, la autonomía, o el libre desarrollo de la personalidad (Méndez, 2020).
La experiencia de las personas LGBTIQ+ en el sistema penitenciario exhibe una cruda y dolorosa realidad, donde existe la violencia sexual, física y psicológica, refleja gravemente el fracaso sistemático en la protección de principios tan básicos como lo son la justicia y la dignidad (Becerra, 2024).
La libertad es uno de los bienes más preciados del ser humano. La población LGBTIQ+ de antemano vive una experiencia de exclusión social al fugarse más allá de la norma, por lo que a esta falta de conformidad con la normalidad social se le imprime una nueva dimensión que es la reclusión física.
Sin duda, esta situación es como vivir una doble sentencia: la social o simbólica, y la penal. No obstante, en el caso de las personas trans se agrega una tercera dimensión que incluye la experiencia de no sentir su cuerpo como propio, estableciendo una tercera dimensión en su reclusión.
Finalmente, todo se puede resumir en que las personas diversas privadas de su libertad quieren sobrevivir, seguir adelante y ser visibles para los demás, tener la capacidad de acceder a sus derechos, mantener sus vinculaciones afectivas y sexoafectivas y tener la capacidad de trabajar para poder subsistir durante su proceso.
Es decir, lo único que desean es seguir siendo las mismas personas que afuera, ya que su humanidad no debe verse afectada por su sentencia o por su identidad diversa en lo más mínimo.
Referencias
- Becerra, J. (2024). Prisioneros de la discriminación y el estigma: la comunidad LGBTTTIQ+ en el sistema penitenciario jalisciense. Transregiones, (8), 249-278.
- Méndez, A. (2020). La identidad de género y las preferencias sexuales en el sistema penitenciario mexicano: una cuestión de derechos humanos. DIGNITAS, 14 (2594-2972).
- Torres-Rodríguez, M. (2017). Corporalidades transgresoras en los espacios heteronormativos. Espacios, 6.