Por Pablo Pérez
Estuve en Montevideo durante las elecciones uruguayas del 2009, ya habían pasado 5 años desde que Tabaré Vazquez dijera “Festejen uruguayos” con la primera victoria de izquierda y ahora el candidato del Frente Amplio (coalición que agrupa a los partidos de izquierda) era un tal José Mujica, me tocó fotografiarlo votando en una casilla del barrio del Cerro, a dónde me dijeron que era muy peligroso ir y resultó ser como Santa Catarina, Nuevo León.
“El Pepe” llegó en una camioneta junto con un montón de viejos uruguayos de camiseta y pantalones de mezclilla.
Para un mexicano acostumbrado a que los políticos más informales visten guayaberas de lino de miles de pesos fue todo un shock cultural, también lo fue enterarme que habían votado el 89.85% del padrón electoral hasta que me contaron que el voto era obligatorio.
De todas maneras el uruguayo va a las urnas con alegría, a diferencia de los mexicanos es un pueblo que cree en las elecciones y que acostumbra votar feliz, además de que es un buen pretexto para reunirse en familia y hacer asado, incluso se denomina tradicionalmente como un día de “asado electoral”.
Ahí es dónde me enteré que cuando Mujica fue ministro de Ganadería acordó con los dueños de las ganaderas y rastros que, para mantener el precio bajo, los cortes más comunes y menos refinados como la falda y el asado de tira se quedarán en Uruguay con precios nacionales, mientras que el bife, el rib eye y otros cortes de exportación con la fama de la carne uruguaya se destinarán a la exportación alcanzando los precios que el mercado internacional dicta.
Esa carne al alcance del pueblo se llamó “El asado del Pepe” y creo que no fue poca la influencia que tuvo en los votantes orientales (porque el nombre oficial es: “República Oriental del Uruguay” y también así les gusta llamarse a sí mismos).
Me contaron también la anécdota de que su primer día como senador fue al Congreso y al estacionar su motoneta desvencijada en la puerta un guardia, confundiéndolo con un repartidor, le dijo: “¿Se va a quedar mucho?” a lo que el Pepe respondió canchero: “Si me dejan, ¡cinco años!”, y muchas historias más…
Mi conexión con Uruguay no se ha cortado, fueron las segundas elecciones internacionales que cubrí pero también hay un mazo fuerte de cariños profundos que aún me acompañan a la distancia y costumbres que mantengo como el mate que ahora mismo estoy cebando para aquietar la mañana.
Por eso sé que en Uruguay se criticó mucho al Pepe Mujica, fue demasiado suave con los militares de la dictadura porque decía que “solo con tortura” se podría saber la verdad sobre los desaparecidos y que los culpables ya eran unos “pobre viejos”.
Difícil argumentarle cuando él mismo fue víctima de tortura por 13 años pero su proceso personal de perdón nada tiene que ver con la impartición de justicia a la que un Estado está obligado. Sí, era congruente, más consigo mismo que con cualquier otra cosa.
Hubo muchas cosas que reclamarle al Pepe presidente, decisiones que no estaban de acuerdo con los procesos que un país necesita pero sí con sus procesos personales, de esas cosas no nos enteramos afuera.
Cosas que solo los uruguayos tienen autoridad moral para reclamarle y lo hicieron… y mucho, desde las páginas de una prensa que él nunca descalificó y desde los tablados de un carnaval uruguayo que se burló de él muchas veces, lo que a Mujica le hacía mucha gracia.
Al mismo tiempo mostró lo importante que es que un gobierno se enfoque en la educación, apoyó la interrupción legal del embarazo, el matrimonio igualitario y la regularización del uso de la mariguana, poniendo a su paisito años luz por delante del resto de las otras naciones del continente.
El tiempo nos mostró que José Mujica fue mucho mejor expresidente que presidente, sus palabras sirvieron de brújula moral para muchos y el hecho de que antes de tener cualquier puesto público fuera floricultor y al jubilarse de la vida pública siguiera viviendo en su rancho y cultivando flores debería ser gran ejemplo para cualquier Fernández Noroña, Lopez Beltrán, Petro o Borich de este continente.
Su muerte no sorprendió a nadie pero sí deja un vacío grande en la memoria, una era se acaba. Muchos piensan: “no habrá otro igual” cuando él mismo decía sentirse feliz pues, contaba: “cuando mis brazos se vayan habrá miles de brazos sustituyendo la lucha”.
Lo que me preocupa es que nosotros mismos que hoy somos tan pepefans, confundamos con un repartidor a esos brazos y les pidamos que se vayan: por jóvenes, por mal vestidos, por trans, por no tener la educación que creemos debe tener alguien o por cualquier razón de esas que somos tan buenos inventando, como hizo el guardia del Congreso uruguayo con el Pepe cuando lo vio desaliñado bajándose de una motoneta.
Lo que me tranquiliza, por otra parte, es que esos brazos jóvenes tengan el ejemplo del querido Pepe para responder que aunque les miren feo, llegaron para quedarse.