Por Pablo Pérez
Llevo tiempo pensando en cómo parece que en nuestro país predominan solo dos maneras de pensar: unos tienen la certeza de que mañana vamos a amanecer siendo «Cubazuela del Norte», mientras otros están seguros que la ministra Piña es la enviada de los poderes fácticos.
Dos Pedros gritando que ahí viene el lobo, el lobo de uno es el gobierno malvado y el del otro la “mafia del poder”.
Pero a seis años del 2018 seguimos sin ser comunistas y Piña es solo el espantapájaros de moda después de que Lorenzo Córdova terminara su periodo sin entregarle el país a nadie.
Lo que quiero señalar es cómo la discusión política se lleva siempre al extremo y al absoluto, sin lugar para matices ni puntos medios, tal pareciera que no tenemos espacio para dos ideas en nuestras cabezas.
Recuerdo muy bien un comentario a uno de mis videos pasados en el que arranqué diciendo “este gobierno ha fallado” y cerré afirmando que quisiera que existiera una oposición verdadera para no tener que votar entre dos opciones malas. El comentario decía “es una tristeza que defiendas lo indefendible” porque durante el video reconocí que el salario mínimo había aumentado.
La realidad es más compleja que nuestras filias y fobias. Se pueden reconocer algunas acciones del gobierno mientras criticamos duramente otras, criticar al aparato de justicia sin apoyar la reforma judicial.
Se puede, incluso, criticar a ciertos medios sin que eso descalifique en automático la confiabilidad y relevancia de todos sus productos periodísticos.
Tanto el amor como el miedo ciegan, hoy lo que tenemos es a multitudes que se esfuerzan en cerrar los ojos para descalificar a quienes ven como sus oponentes, si abrieran los ojos se darían cuenta de que del otro lado, están personas iguales a ellas.
Discutir así se vuelve más complejo, claro, pero justamente reconocer las cosas que nos gustan y nos molestan de la realidad hace posible encontrar el punto medio en donde unos y otros podemos estar de acuerdo y desde donde partir hacia los problemas reales que se deben solucionar.
Si seguimos gritando noche y día: “ahí viene el lobo” solo estamos asegurándonos que al final, como en el cuento, el que gane siga siendo el lobo.