Por Pablo Pérez*
Hace rato que vengo rumiando estas ideas que a pesar de mi avanzada edad me vinieron a la mente viendo historias de Instagram (no de Tik Tok porque ya sería demasiado). De rebote llegó a “Periodistlán” una discusión sobre lo que nos atraviesa y lo que no. Y de qué manera las personas que nos dedicamos al periodismo tenemos la obligación de tratar con ética todos los temas que reporteamos.
Florencia González de «Perra Nación«, uno de los podcasts más interesantes en este momento en el que hay más gente haciendo podcasts que escuchándolos, contribuyó a una discusión sobre racismo con una pregunta súper válida (parafraseo): «¿Cómo podemos las personas privilegiadas cubrir temas que no nos atraviesan?» hablando específicamente de temas de raza y clase.
Lo que más me sacudió en su comentario fue la frase «soy periodista y me di cuenta que gano dinero del dolor de los demás y desde que me di cuenta trato de aproximarme de una forma más ética».
Se agradece la referencia al maravilloso chiste del programa chileno 31 minutos, pero esa frase me hace ruido mal. En el chiste quien dice eso es Tulio Triviño, un narcisista que hace que las noticias giren siempre alrededor suyo (hasta en su entrada de Wikipedia lo dice), la antítesis de lo que debe ser un periodista.
Lo que nos da risa de Tulio al decir eso es la certeza de que así no debe ser nuestro trabajo.
Aclaración, también soy periodista aunque aprendí el oficio tocando de oído, no en una escuela (la misma persona que va a editar esta columna, atreviéndose así a modificar mi prosa -guiño, guiño- lo sabe perfectamente).
En los años dedicados a este trabajo me ha tocado ver y reportear todo tipo de situaciones, muchas dolorosas, y claro que el periodismo ha sido mi principal y única fuente de ingresos todo este tiempo. Pero no gano dinero del dolor ajeno.
Periodistas como puente para la empatía
Uno de los temas que he seguido con insistencia a lo largo de 10 años es el de la búsqueda de personas desaparecidas, posiblemente uno de los capítulos más dolorosos y comunes en nuestro país, desde Chiapas hasta Baja California.
El dolor del que he escrito o que he registrado en audio o video es incalculable. Pienso en la persona que me preguntó hace unos días: «¿Cómo no se te rompe el corazón con esas historias?
-«Se me rompe cada vez, si no, no lo seguiría haciendo».
A estos temas se llega por accidente; porque es lo que pasa en tu ciudad, porque le sucedió al amigo de un amigo, porque te tocó en la orden de trabajo, porque una madre se acercó a ti en la calle, después es difícil dejarlos ir porque sigue habiendo desaparecidas y desaparecidos, todos los días.
Pero para ganar dinero del dolor ajeno hay que escribir/hablar/mostrar el dolor ajeno.
Pero en general los compañeros de «la fuente» de personas desaparecidas (una que no existía hace 12 años) hablamos de las madres o sobrevivientes, narramos la empatía y la injusticia, hablamos de impunidad, de resiliencia, de formación de comunidad ante la desgracia, de fortaleza ante la adversidad, de integridad enfrentando al gobierno corruptor.
Tratamos de hablar de la humanidad con todos sus terribles defectos y de la misma humanidad que saca a relucir sus virtudes para enfrentar el mal, a pesar de que sabe que tiene todas las de perder.
Y claro, narramos siempre con la certeza de que el centro de la historia no es uno, porque como periodistas eso debe quedar claro desde el primer día de clases (hasta para los que no fuimos a esas clases). Ese es el mayor esfuerzo ético que se debe hacer, en todos los temas.
El periodismo no es una actividad transaccional dónde obtenemos algo de quienes entrevistamos a cambió de ofrecer algo más. Sin duda algunas personas que ejercen periodismo tienen más herramientas y más cercanía para tratar ciertos temas, pero la cobertura de los más urgentes debe ser lo más amplia (y claro, ética) posible.
Todos y todas quienes nos dedicamos a este trabajo podemos aportar, especialmente a quienes viven el dolor de cerca. Es a ellos y ellas a quienes debemos preguntar cuál es la mejor manera de abordar un tema o acercarse a una persona, en este punto estoy totalmente de acuerdo con Florencia. Entre más seamos quienes hablamos de los temas difíciles, más gente podrá acceder a esa información.
Personalmente, a lo que me ha llevado la experiencia y la calle, mi intención antes que nada es dejar muy claro que lo que le pasa a una madre buscadora, a una menor migrante o a una familia desalojada no está tan lejos de nuestra propia realidad, aunque queramos verlo como algo lejano. Más que contar el dolor, me esfuerzo en facilitar empatía, tal vez más complejo pero como periodismo es más interesante y también más ético.
Las historias urgentes necesitan ser contadas por la mayor cantidad de periodistas y, cómo bien hace Florencia, tenemos que preguntarnos siempre cómo hacerlo.
Mi respuesta es hacerlo con todas las herramientas éticas y narrativas que tenemos, además de todas las prestadas que podemos conseguir de colegas o especialistas en el tema. Lo más frecuente es que al analizarlo nos demos cuenta que la historia nos atraviesa, y muchas veces, de maneras que no nos gustan.
Porque aún con todos mis privilegios puedo asegurarle a quienes dicen: «no hablo de ese tema porque no me toca» que el peligro más grande que corren es un día encontrarse como en ese otro video chistosísimo de periodismo, el del colega que reporteó la caída de un árbol y dijo: «Pues habrá que buscar al dueño del vehículo aplastado, que tiene la placa MXN-33… ¡Ay caray, soy yo!»
Y cuando no es tuyo el carro, no te sorprenda que seas tú el árbol.
