Por Pablo Pérez
En una reunión alguien contó su encuentro con la policía, uno más del grupo me dijo “¡Tienes que contarlo, se necesita hacer públicas este tipo de situaciones!”, pero el protagonista dijo que se siente aún inseguro tras lo que claramente fue un ataque y extorsión policial.
Por varias semanas estuve pensando si de verdad valía la pena contar esta historia, pensando en que lo cotidiano de las conductas violentas de parte de la policía hará que a nadie le sorprenda sumado a lo delicado del caso de esta persona y los detalles que podrían exponer aún más su seguridad.
Hoy pienso que justo ese es el punto, la violencia policiaca es tan común y la tenemos tan normalizada que no necesito dar ningún detalle para que todos lo comprendan.
No importa que hable de una persona dedicada a su negocio o a dar clases en una escuela, si les digo que un día circulaba sola por su municipio cuando le detuvieron dos policías en una patrulla sin razón aparente no necesito explicar nada más para que cualquiera imagine la situación.
Tampoco necesito dar detalles: si le hicieron bajar de si vehículo o no le permitieron subirse al transporte que esperaba, si le dijeron que se trataba de una revisión de rutina o le acusaron de “actuar de manera sospechosa”, si estaba en una calle solitaria o llena de transeúntes que prefirieron hacer como que nada pasaba, si le detuvieron por varias horas en esa esquina o le “pasearon” en una patrulla hasta decirle que sí, que todo se puede arreglar pero con dinero o las llaves de su auto…
Y cuidado con denunciar, porque ya saben dónde vive…
No es necesario ningún detalle porque ya todos sabemos de las extorsiones, amenazas y torturas que usan los policías continuamente contra la población, y parece demasiada casualidad que en tantos casos de desaparición se asiente en actas a los perpetradores como “individuos que portaban uniformes “apócrifos” de tal o cual corporación policiaca”.
Nuestra relación con la policía es compleja, se le pide ayuda y se le teme al mismo tiempo, la misma policía se afana en decir que cumple con sus funciones a través de periodistas convertidos en voceros por continuas “filtraciones” pero su imagen no mejora ante el 88% de la ciudadanía que sin dudar afirma que son la institución más corrupta del país.
Se ha construido una gran estructura de pruebas de confianza y premios al desempeño pero que es administrada por las mismas corporaciones que al final son quienes ejecutan las investigaciones de corrupción y medidas disciplinarias en un acto de simulación que nadie les cree.
Hay literalmente cientos de estudios sobre el sinsentido de la policía como institución que se dedica más a administrar violencia que seguridad, propuestas de expertos para limpiar instituciones, adjudicar responsabilidades civiles y criminales a los altos mandos corruptos y los funcionarios que les colocaron ahí, hacer labor policial de proximidad y enfocada a la resolución de problemas en vez de premiar detenciones o enfrentamientos. La mayoría se queda en el papel.
En un país en el que la seguridad es la principal preocupación de la mayoría de los ciudadanos, ¿No habría sido mejor hacer todo lo posible para que dejemos de tenerle miedo a la policía antes de crear una nueva?