ÁGORA
Por Oscar Fernando Mendoza Lozano*
Uno de los problemas sociales apremiantes, no solo a nivel local o nacional, sino global, es el incremento en la desigualdad socioeconómica. Tanto la desigualdad en ingreso (remuneración recibida por el trabajo) como en riqueza (posesiones que generan dinero sin existir trabajo de por medio, como la vivienda, inversiones y ahorros) aumentan alrededor del mundo a ritmo acelerado.
Otros tipos de desigualdad, por ejemplo, de oportunidades, de justicia, de salud o de educación, están ligadas directamente a la desigualdad económica. Condiciones como perfil racial, sexo o nacionalidad multiplican el potencial negativo sufrido por vastas poblaciones vulnerables.
La desigualdad social se materializa en el espacio urbano mediante la conformación de zonas buffer o bordes de segregación entre los territorios ocupados por grupos socioeconómicos contrastantes. La segregación socioespacial como la materialización física y espacial de la desigualdad.
Castells (2014) establece que la noción de la ciudad occidental a partir de la Revolución Industrial ha estado ligada a los procesos de producción de mercancías y circulación económica. Esta idea de ciudad capitalista ha ido perfeccionándose progresivamente en detrimento de la vida de la mayoría de sus habitantes.
Tal perspectiva moderna de la ciudad derivó en planificadores que, desde el escritorio, intentaban ordenar racionalmente la urbe como si del funcionamiento de una maquinaria se tratara. La normatividad urbana ligada a la zonificación para separar industria, vivienda, comercio, recreación.
Sin embargo, además de las tipologías funcionalistas, se crearon también zonas de acomodo de la población en función de su capacidad económica. Los grupos que ostentan el poder económico y político con prioridad en la elección de lugar de residencia debido a su poder adquisitivo. Las clases medias en busca de proximidad a los sitios de trabajo y, también, a las zonas de vivienda de las élites. La clase obrera relegada a las periferias, que pueden o no coincidir con la ubicación de las zonas de producción.
La intención del planificador urbano moderno de capturar una perspectiva integradora de la metrópoli lo llevó a la preferencia por una escala tan amplia en la que los fenómenos sociales se vuelven difusos, se invisibiliza al habitante y se pierde el enfoque en su relación con el entorno.
Para afrontar los retos de la desigualdad y la segregación socioespacial, resulta indispensable complementar el análisis urbano cuantitativo con la visión cualitativa, a ras de suelo, sin perder de vista al ciudadano como punto focal. Esto es fundamental, dado que una gran parte de las fronteras que dividen a los ciudadanos en la metrópoli no son meramente físicas, sino que se encuentran en el orden de las subjetividades, de la construcción social del espacio.
La Agenda 2030 de las Naciones Unidas establece la reducción de las desigualdades como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. El Consejo Nuevo León reconoce en su Plan Estratégico 2030 el estrecho vínculo en el abordaje de estos objetivos: las acciones hacia la igualdad de género, la calidad en la educación, la reducción de la pobreza, la sostenibilidad de las comunidades, entre otros, inciden en la reducción de la desigualdad.
Las soluciones planteadas deben, sin embargo, abordar la problemática no solamente como un producto cultural (ideología que apunta hacia el sistema educativo), sino orientarse también a la transformación del sistema económico y legal que, hoy por hoy, validan y sistematizan la desigualdad en nuestra sociedad.
ÁGORA es un espacio de reflexión del Consejo Nuevo León