Verdad y Justicia
Por Séverine Durin *
Ayer fue día de los Santos Inocentes, para la mayoría éste es un día de bromas y de publicación de notas falsas. En Verificado esto no se vale: nada de noticias ni falsas ni engañosas. Entonces veamos qué tan bien informados estamos acerca de la situación de los más pequeños, aquellos niños menores de dos años que el Rey Herodes mandó matar en el pueblo de Belén cuando supo del nacimiento de un rey de los judíos.
No pretendo remontarme a la época del nacimiento de Jesús, e indagar acerca de si fue verdad esta cruel matanza; historiadores y teólogos ya la estudiaron. Más bien quisiera reflexionar sobre la condición que guardan las niñas y los niños en México, especialmente desde que un gobernante consagró la violencia armada como medio para enfrentar lo que debió ser objeto de la justicia. Desde que nuestro Herodes ordenó el despliegue de sus soldados a lo largo y ancho del país, la vida de los pequeños se ha visto trastocada.
Niñas y niños víctimas en retenes militares, porque sus padres supuestamente no se detuvieron y los soldados dispararon hacia su automóvil, hijas e hijos de personas ejecutadas, así como de personas desaparecidas, son el tristísimo saldo de una guerra contra un ente difuso -el crimen organizado- para la cual nadie votó pero que todos sufrimos.
Hoy en día, ¿quién puede decirse exento de conocer a una persona desaparecida? Son casi ochenta mil las personas cuyo paradero se desconoce, muchas más que aquellas desaparecidas en la dictadura argentina, chilena o uruguaya.
A catorce años en que el gobierno federal optó por la vía armada como política de seguridad pública, en lugar de reforzar el aparato judicial, lo terrible es que aún no se reflexionó a fondo sobre las consecuencias humanitarias a largo plazo, es decir, para las generaciones futuras. Además de la cruel e injusta realidad de las niñas y los niños “huérfanos del narco”, como los llamó Javier Valdez, periodista sinaloense asesinado en 2016, contamos con una generación de adolescentes que creció, se socializó, y se educó en este régimen militarizado.
Bajo el impulso del Estado, se produjo una normalización de la violencia armada como medio para resolver problemas. ¿Por qué sorprendernos cuando un joven ataca a balazos a su maestra y sus compañeros de salón?, si aplaudimos el despliegue de los militares para combatir enemigos tan difusos como el “crimen organizado” y ahora controlar “la migración irregular” por medio de la Guardia Nacional.
Frente a nuestra manera de reaccionar ante fenómenos complejos ¿qué pensarán las niñas y los niños acerca de esta manera de buscar solucionarlos? ¿Qué opciones, como gobierno de adultos, les estamos mostrando para resolver dificultades y conflictos? ¿Qué y cómo quisieran ellos resolver los problemas relacionados con el crimen organizado? ¿La migración irregular? ¿Serán estos los problemas que a sus ojos más comprometen su presente y su futuro? ¿Será que nosotros creemos que no saben lo que más les afecta?
Habremos de preguntarles. Sí, escucharles, observarles, considerarles personas, dignas de opinar y de decir lo que les hace sentir bien y sentir mal. Díganme ¿quién les ha preguntado lo que sintieron cuando su padre fue ejecutado de manera accidental mientras se llevaba a cabo un operativo militar? ¿Quién les acompaña y escucha cuando su madre llora por no saber dónde está su padre? Ante la falta de respuestas a las preguntas que se hacen las niñas y los niños, surgen emociones difíciles de canalizar y expresar. Esto sí les afecta, y mucho.
Además, a la par de la violencia armada, incrementaron las violencias machistas contra las mujeres, las niñas y los niños en los años recientes. No se trata de hechos aislados, sino que esto es parte de la consolidación de una idea de sentido común –una representación social- según la cual los problemas se pueden resolver por la fuerza.
Sí, la legitimidad del uso de la violencia armada es parte del dispositivo patriarcal, de una lógica de posesión y dominio sobre los cuerpos de los demás, pensados como bienes, trofeos, y mercancías. Igualmente legítima es la violencia ejercida con mi brazo, mi mano devenida arma, contra MI pareja y MIS hijos.
Nos hace mucha falta como sociedad desaprender el uso de la violencia psicológica, física y armada, cuando disentimos. Nos hace mucha falta voltear a ver el daño inmenso, difícil hasta imposible de reparar, en las niñas y los niños devenidos personas adultas, cuando se ejerció violencia de pareja ante sus ojos, cuando se eligió disciplinarles con castigos, mediante la fuerza, por sobre la reflexión y la razón, y cuando vieron a diario los estragos de la violencia armada en su barrio, comunidad, y ciudad.
El afán de poseer, dominar, competir, ganar y tener la razón a toda costa, es lo que deseo que abandonemos en 2021. Las niñas y los niños de hoy y de las generaciones futuras nos los agradecerían. Basta de Herodes, de soberanos disciplinarios, de padres y madres golpeadores, de educadores abusadores. La vacuna en la que sueño es una medicina amorosa, cuidadora de la vida, empezando por la de nuestros peques.
Sueño con un mundo en el que los bebes nazcan deseados, sin violencia ejercida en contra de su progenitora, ni prisa en el alumbramiento, sino al ritmo del cuerpo de su madre. Sueño con familias que sean equipos donde cada uno asuma su parte de tareas en el hogar.
Sueño con una sociedad preocupada por repartir de manera más justa los ingresos, para que ningún niño pase hambre o padezca obesidad, acceda a la salud cuando se enferme, su madre y padre cuenten con el respaldo de una estancia infantil segura, y los hombres lloren cuando tengan miedo, o se sientan tristes. Sueño con padres que aprenden a gestionar y a trabajar en sus emociones, y así aprendan a criar de forma amorosa.
Sueño con que acojamos como posibilidad que los derechos de las mujeres son también derechos de las niñas y los niños. Y que estos derechos de los más pequeños, son garantía del bienestar de todos. No tengamos miedo a criar niñas y niños ‘chiflados’, ‘embracilados’, que pasen mucho tiempo en brazos de papá y mamá, y por ser amamantados cuando lo pidan. Escucharles y hacerles caso no es ninguna chiflazón: es la vía para restaurar nuestra humanidad.
Más allá del COVID- 19, nos ha hecho mucho daño la lógica disciplinaria y la manera violenta de relacionarnos. Quiero un 2021 amoroso, y una vida libre de violencia para los Santos Inocentes.