Por Pablo Pérez
Estos días he pensado que hay algo que me hace mucho ruido detrás del reportaje del New York Times sobre una supuesta cocina de fentanilo en Culiacán.
Todo el mundo interpretó ese reportaje y esas fotos, cada quien a su gusto, como una muestra de que sí o no se produce fentanilo en nuestro país.
Antes que nada personalmente estoy seguro que se produce fentanilo en México, tratar de negarlo es ir en contra de toda lógica comercial y las muchas evidencias que periodistas e investigadores serios han aportado sobre el tema a lo largo de los años.
Sin embargo hay argumentos acerca de este reportaje que a mí me parece, como químico y como periodista, difícilmente se sostienen. (si quieren mi opinión desde un punto de vista más técnico me gustaría que lo digan en los comentarios).
Lo que me llama la atención es la afirmación de Natalie Kitroeff, la autora, en cuanto a que era la tercera vez que intentaban visitar un laboratorio así.
Me pongo a pensar entonces en el valor periodístico de esa nota tan planeada y tan buscada. ¿Demostrar que se produce fentanilo en México? Ya está más que demostrado por los mismos reportes de la SEDENA. ¿Exponer la facilidad con la que se produce la droga a partir de sus precursores? Ya ha sido aclarado por personas con conocimientos técnicos claramente más avanzados que la reportera del diario neoyorkino ¿Hablar del factor humano? Sus personajes son básicamente hojas en blanco que sirven para dar un poco de contexto y lugares comunes a la presencia de la periodista en el supuesto laboratorio.
Más bien parece destinada solamente a decir: “yo estuve ahí”.
Me hace a pensar que hay corresponsales extranjeros que verdaderamente ven a México con filtro sepia (como en las producciones de Hollywood), como un lugar peligroso, pobre y sin ley en el que pueden actuar el personaje del o la periodista que valientemente se atreve a ponerse en riesgo para develar la verdad.
Un colega me contó que vio a ese equipo de NYT en Culiacán con un “fixer” (facilitador o guía de periodistas) que es conocido por estar especializado en conseguir a medios extranjeros entrevistas con sicarios y miembros de los cárteles, algunas que terminan siendo muy dudosas o simplemente demasiado parecidas entre sí.
En muchas ocasiones pareciera que estos personajes son solo parte de la escenografía para los reportajes de riesgo de estos periodistas que construyen, a partir de sus imágenes sepias, la narrativa internacional de lo que es el crimen organizado en México.
Por eso tenemos tantos contrastes como capos muy sofisticados y organizaciones corporativas que controlan mercados internacionales a través de estrategias altamente tecnificadas junto con laboratorios en los que se prepara fentanilo al lado de tostadas con salsa “La Guacamaya”.
No debemos pasar por alto que ni la narrativa del gobierno al desmentir el reportaje tampoco es muy sólida, ni los muchos detalles que han debilitado la credibilidad del NYT en los últimos tiempos.
Lo que quiero dejar como reflexión para el auditorio y sobre todo los periodistas es el efecto que tiene que estos corresponsales extranjeros, con todas sus ganas de “entrar a lo más profundo del mundo criminal” están construyendo para el mundo entero una imagen de México que mas que nada, es otro filtro sepia que oculta la realidad, una realidad que debemos comprender muy bien si queremos resolver nuestros problemas.
Eso solo se logra si trabajamos sin filtros y en vez de decir: “yo estuve aquí” nos enfocamos en decir: “lo que está pasando es esto”.