Por Maximiliano García y García*
Hemos puesto a la democracia en un pedestal. Todo adalid de la libertad presenta este pedestal como ídolo patrón de sus actos. Hablo de la democracia, claro, en sentido formal; es decir, en el sentido vacío del término, que toma su contenido de la aplicación fáctica de la misma. No se habla de democracia en el mismo sentido cuando nos referimos a la extinta República Democrática Alemana que cuando hablamos de sus vecinos más allá del muro.
La democracia, por su naturaleza, es abierta, mutable, tiende a adaptarse al tiempo y al lugar en el que se instala; y no hay nada malo en ello. El problema reside, precisamente, cuando el término “democracia” se convierte en un monolito hueco guardado por todo el poder del Estado y sus ideólogos. Quién se atreva a cuestionar la democracia será entonces un hereje o un anarquista. Hay casos en que “democracia” no es más que una palabra vacía.
¿Quién osa arremeter contra la sacrosanta democracia? Si la Corea de Kim Jong-un (República Popular Democrática de Corea) se hace llamar democrática, ¿quién, dentro de sus fronteras, para criticarla? Porque la democracia implica otro concepto también de gran importancia: el Pueblo. Democracia, en su raíz etimológica más rudimentaria, significa algo así como “poder del pueblo”, pero “pueblo” es un término igual de problemático que democracia.
Cuando gobiernos totalitarios y autócratas como el de Corea del Norte (por mencionar un ejemplo, pues hay muchísimos) ondean la bandera de la Democracia lo hacen basándose en la idea de que el líder “es” la voluntad del pueblo. Y quien contradiga la voluntad del pueblo, se dirige, por lo tanto, contra la democracia.
Hay otros casos, que podemos ver más de cerca, en los que se utiliza la causa de la democracia por países en mayor o menor medida democráticos para intervenir en la soberanía de otros países. Así, la democracia funciona como lo hizo el cristianismo en la Edad Media: los civilizados (cristianos, demócratas) tienen la obligación de llevar la iluminada democracia a espada y metralla a donde les dé la gana.
¿A dónde voy con todo esto? Quiero llegar a un problema muy específico de la democracia mexicana, pero hay que puntualizar la equivocidad del concepto mismo y demostrar que, aún cuando éste se entroniza como un concepto incuestionable, sinónimo de humanismo, libertad y progreso, hay que desmenuzarlo, ver sus componentes fácticos y sus mecanismos de funcionamiento reales en las sociedades donde opera.
En México la democracia se ha ganado recientemente, sin embargo, tenemos que entender, como ciudadanos, que democracia no es salir a votar cada vez que el Estado convoque comicios. Democracia no es delegar los problemas que nos afectan como colectivo al candidato “menos peor”. Democracia no es desentenderse de los procesos políticos que deciden directamente sobre nuestras vidas.
Democracia no es culpar al político en función de nuestras tragedias sociales. Democracia no es salir a marchar cada diez años porque el presidente no es del partido por el que simpatizamos. Democracia no es creer que la democracia que tenemos es incuestionable. Tenemos el deber de asumir nuestro papel como ciudadanos.
Mi premisa es la siguiente: la democracia no es un estado del ser, inmutable, que se asienta en la sociedad para iluminarla; sino más bien es devenir, es transformación, es diálogo. La democracia no es un pilar marmóreo que permea de arriba hacia abajo imponiendo su venerable virtud; la democracia es un rizoma que dialoga puntos de convergencia y divergencia del entramado social horizontal.
Y este entramado social está compuesto por ciudadanos que ejercen el poder en la toma de decisiones.
Los ciudadanos deben bajar al sistema democrático vigente de su pedestal y revisarlo, escudriñarlo y, si lo requiere, mejorarlo. Hay que permitirnos tocar, incluso si la mancillamos, esa palabra que tanto se usa para justificar el status quo. La democracia debe servir no como una institución pétrea, sino como un horizonte en el que sus alcances lleguen verdaderamente a todos. Eso no lo hace el gobierno ni el Estado. La expansión y mejora de la democracia depende de la ciudadanía, pues le pertenece y depende de ella.
Espacio de reflexión de Alianza Cívica Nuevo León