Por Pablo Pérez
Hoy quiero hablar de la Biblioteca Vasconcelos, para mí una referencia inmediata porque vivo a unas cuadras pero también un espacio importante para mucha gente de otras zonas de la capital. A los que están más lejos les cuento que es un espacio en el que además de ir a leer se hacen eventos culturales, mucha gente va a trabajar porque hay seguridad e internet o simplemente a relajarse en sus jardines que son un espacio de calma a un paso del cruce de dos de las más agitadas avenidas de la ciudad, incluso me ha tocado ver a fans del k-pop practicar coreografías para grabar sus tik toks o algún grupo de teatro escolar ensayando en sus amplios y luminosos espacios…
Ahí también nos vacunaron contra el covid mientras nos bailaba el oso “Pandemio”.
En resumen, mucho, muchísimo más que una biblioteca.
Pero hace casi 20 años fue un proyecto repudiado por muchos, un elefante blanco de la administración de Vicente Fox, presidente reconocido por su incultura. Los cientos de miles de millones de sobreejercicio en su construcción terminaron con un edificio vacío, casi sin libros, que recién inaugurado tuvo que cerrar más de año y medio porque tenía graves problemas de goteras. Un megaproyecto que nadie pidió, que costó demasiado y que al final resultó mal hecho.
Esto cambió con el paso de los años, administraciones, accidentes afortunados y la participación de personas inteligentes como Daniel Goldin que dirigió el proyecto hasta 2019. Sumado a todo esto estaba la necesidad de la gente del rumbo, de la delegación y de la ciudad por tener un espacio para hacer todas estas cosas que hoy se hacen en la Vasconcelos. El pueblo se apropió del espacio y lo convirtió en algo sin lo que ahora no podemos imaginar la ciudad.
Se acabaron las goteras.
Así podemos hablar de otros elefantes blancos de administraciones pasadas, hasta del más inútil de todos, la Estela de Luz del idem presidente Felipe Calderón. La rebautizada “suavicrema” volvió a ser “la Estela” y ahora es sitio de reunión de las colectividades 420 de la ciudad al tiempo que sirve de recordatorio de las víctimas de la guerra contra el narco iniciada por su creador, ahí quedarán para la historia las placas con los nombres de las primeras de víctimas de desaparición, colocadas por las buscadoras, lo que el panista pensó como un espacio de “esperanza económica” se volvió un espacio de memoría y tolerancia.
Todo esto pasa cuando el pueblo se apropia de las cosas que los presidentes dejan, según ellos, para que les recordemos. La ciudadanía se las apropia, las renombra, la actualidad las resignifica y les aseguro que si le preguntamos a las juventudes que practican pasos de k-pop en la biblio o a los que van a echarse un toquesote en la estela nadie se acuerda de Fox ni de Calderón.
Pienso esto porque cumplimos una semana de que dejó el puesto uno de los presidentes más carismáticos. Evidentemente hay muchos convencidos que le extrañan y muchos que le extrañan por conveniencia, no hay más que ver las redes de los periodistas paleros para ver como siguen publicando más cosas de López Obrador que de Claudia porque saben que la actual presidenta no les da ni la mitad de clicks.
Hay muchas herencias del sexenio que acaba de terminar, algunas son obras y otras son modificaciones al sistema educativo o judicial. Lo que me pregunto más que nada (y quiero ser optimista) es ¿qué vamos a hacer con ellas?
Las patadas de ahogado contra las reformas, qué ya pasaron, y obras, ya construidas, me parecen una perdida de tiempo. Negándolo todo no nos podemos apropiar del elefante blanco para, por más horroroso qué sea, pintarlo de los colores que más nos gusten y transformarlo en algo que sí nos sirva de verdad, que nos sirva para estudiar y trabajar, crear comunidad, hacer cultura, justicia o mínimo bailar k-pop (que no es poco) y de una vez darnos un toquesote.