Por Pablo Pérez
Hoy me dan ganas de pensar en cómo llevamos ya bastante tiempo, inmersos en un sistema de blancos y negros con ausencia total de grises.
Por ejemplo, pensemos en una discusión cualquiera sobre los derechos de los ciclistas en la vía pública: alguien comenta en redes sobre una situación de riesgo o accidente que sufre alguna persona ciclista por culpa de un automóvil en las calles de la ciudad y… ¿De verdad necesito describirles los comentarios que siguen?
Lo peor de los ataques en ambas direcciones es que siempre aparece un troll, alguien que solo quiere insultar y escandalizar, que con su comentario hace que se abandone de inmediato el tema de la discusión para caer en agresiones clasistas o racistas, temas favoritos del discurso de odio.
Así, los comentarios se reducen a señalar que andar en bicicleta es de pobres o que todos los automovilistas son ignorantes. A veces hasta yo mismo me descubro tomando partido en alguno de estos argumentos, es demasiado fácil caer en esa trampa pues hablar en esos términos toca fibras sensibles en la mayoría de nosotros.
Pero fuera de esta discusión, si le preguntamos a cualquiera si quiere que nuestras ciudades sean más seguras para quienes las habitamos, la gran mayoría responderá que sí, sin pensarlo siquiera. Si a esa pregunta añadimos otra acerca de si las personas en esta ciudad deberían poder elegir la mejor manera de desplazarse la respuesta será también afirmativa.
Pero si, como en nuestro ejemplo, hablamos de bicicletas y automóviles siempre aparece un ciclista o un automovilista que intenta anular el punto de vista de los otros y todo se va al caño con argumentos que nos distraen de lo que tenemos en común y se pierden en lo que supuestamente nos hace diferentes.
Esto pasa con cualquier tema, social, político, económico, de justicia… caemos con frecuencia en lo que se llama “polarización artificial” y una de las consecuencias de este fenómeno es que la gente comienza a creer que están en desacuerdo mucho más de lo que realmente están, lo que lleva a que el diálogo sea imposible. La polarización lleva a que la discusión se aleje cada vez más del consenso y se vuelve simplemente en un: “ellos contra nosotros”.
Lo alarmante es, como claramente se detecta en muchas investigaciones, (como esta), la polarización no es casual, muchos actores políticos se comportan exactamente como los trolls de internet, alimentando la polarización, promoviendo precisamente ese discurso de “ellos contra nosotros” por encima de la búsqueda del consenso y del bien común.
Parece que estos políticos se leyeron muy bien el manual de los trolls, lo único que les importa es atraer más simpatías que en su caso se vuelven votos.
Esos que a veces no saben distinguir entre TikTok y Twitter (X) sí saben que los discursos altamente polarizantes atraen muchos seguidores, seguidores que entre más polarizados estén menos van a criticar a sus líderes. Estos seguidores gracias a la polarización son vistos por los del otro lado como gente detestable, aunque tengan mucho más en común de lo que están dispuestos a aceptar.
Esta polarización creciente se está transformando en una condición incapacitante para la sociedad y no hay mejor muestra que el avance de las posturas extremistas en todo el mundo, todos esos políticos y empresarios que se hacen cada día más populares por insultar y agredir; ahí están Trump, Musk, Milei y muchos en nuestro país en los ambos lados de la discusión pública.
Estos personajes son a quienes deberíamos ver como los verdaderos “ellos”, quienes día a día nos trollean desde el poder político, mediático o económico y además son los únicos que se benefician cada vez que nos peleamos.