Por Pablo Pérez*
Hace unas pocas horas se anunciaron los premios de la Sociedad Interamericana de Prensa. Miriam Martínez, Ernesto Aroche, Boligán… queridos y respetados colegas fueron merecidamente premiados. Al mismo tiempo hubo una discusión sobre si otro reportaje reconocido por un jurado diferente pertenecía o no a alguien del medio que había tenido la idea “primero”.
Y me acordé de un reportaje que nunca hice.
Hace poco más de seis años Vice, que tenía mucho renombre internacional en esa época, produjo una serie de reportajes con motivo del décimo aniversario de la llamada “guerra contra el narco” y sus efectos. De esos que quienes llevamos algunos años en esto sabemos que se hacen para mandarlos a todos los concursos posibles y ganar uno o dos premios. Que yo recuerde no ganó nada.
Una sección se enfocó en Nuevo Laredo, Tamaulipas… y la odié.
Lo odié por muchas razones, la más importante es que como todos los reportajes de la época, incluso de hoy en día, reducía a la frontera más importante de México a un lugar de sólo violencia y a sus habitantes a ser víctimas. Y yo, cómo norestense, sabía que Nuevo Laredo es mucho más que eso.
Por eso decidí hacer mi propio reportaje, allá fuí a platicar con amigos y amigos de amigos y regresé con varias horas de grabaciones y mucha emoción por contar esa historia.
Emoción porque Nadia Ávila, que daba un taller de radio comunitaria a infancias de las colonias más vulnerables, me contó lo que significaba para ellxs poder acceder al medio: “Una vez un niño que había faltado a las clases volvió después de un par de semanas, me contó que había comenzado a halconear pero que prefirió volver a al escuela, y al radio, porque le gusta saber que la gente lo va a escuchar”.
También porque “Gallo”, músico, muralista y promotor cultural me llevó una tarde a las afueras de un parque de beisbol para contarme como justamente las familias de Nuevo Laredo habían reconquistado ese espacio público para que niños pudieran practicar el deporte favorito de la ciudad y se reestableciera la tan necesaria comunidad perdida por el comprensible miedo a salir a la calle.
También me habló de la escena musical de la ciudad y la emoción que le daba en ese entonces su proyecto, una banda funky guapachosa llamada “Toloache”.
La actriz Mónica Parra me citó en la “Estación Palabra”, literal la antigua estación de trenes convertida en biblioteca y centro cultural. Me contó de los esfuerzos para mantener la actividad teatral en la región y de cómo hasta se peleó con su mamá porque en los años más difíciles ella y su compañía hacían giras por los cinco municipios de la frontera chica.
-¿Cómo andas en eso, si tienes una hija pequeña?
– Por eso, mamá, porque si no seguimos cuando la niña sea grande ya no va a haber teatro en Tamaulipas.
También recordó como por el patio de la estación sigue pasando el tren, ese tren conocido como “la Bestia”: “una vez hicimos una obra dirigida a los migrantes que van pasando montados en el tren”.
Mario Portillo me enseñó que El Café de la Cuadra es el mejor lugar para almorzar en el centro y hablamos mucho sobre las tradiciones propias de la ciudad, como llamarle “cremora” a la crema en polvo para el café y cómo la ciudad tenía tantas cosas parecidas a la mía pero al mismo tiempo una identidad totalmente propia tan definida por el río, los puentes internacionales y la constante llegada de migrantes de todo tipo.
Claro que sobre estas historias pende siempre la violencia, hablé con emprendedores sobre las dificultades y riesgos de iniciar un nuevo negocio en una ciudad dónde muchas veces los posibles clientes no quieren ni salir de sus casas y después René Martinez, viejo periodista un poco loco (no sé si uno es consecuencia de lo otro o viceversa) le preguntó entre risas a los colegas de su redacción “A ver, tú, dile a Pablo cuántas veces te han encañonado en este año…” y después me hizo recorrer caminando con él la ciudad a medianoche mientras me contaba en dónde habían tirado un bazucazo y en qué esquina habían ejecutado a no sé cuántos: “pero es mi ciudad, aquí nací y aquí camino tranquilo”.
A mi regreso y durante otra cobertura junto con seis colegas, un grupo de sicarios cerca de Arcelia, Guerrero, me robó el equipo dónde estaban los archivos y grabaciones de ese reportaje que nunca concreté.
No lo publiqué porque tras el robo no tenía material ni tranquilidad para hacerlo, no creo que hubiera ganado ningún premio, pero estoy seguro que si alguien hubiera hecho un reportaje parecido me habría alegrado mucho. Sé que es importante para la gente de Nuevo Laredo no ser solamente una ciudad víctima de la violencia.
Hoy estamos a la mitad de una serie de procesos políticos atípicos, complicados y que parecen, como la violencia en la frontera y todo México, inevitables y sin remedio.
Muchos tenemos poca o nula esperanza de un desenlace positivo, gane quien gane. Por eso pienso que vale la pena darnos cuenta que no somos sólo víctimas, cada quien desde su trinchera; profesional, cultural o deportiva, está como la gente de la que acabo de hablar, lucha y sostiene el rumbo de nuestras ciudades y comunidades; a pesar de todos estos problemas que parecen tan difíciles de solucionar.