Por Moisés López Cantú*
En el ágora y el aleph todos caben, todo es posible, hay un todo y una nada, puede expresarse la vida y puede expresarse la muerte. Coexiste la añoranza de un pasado falaz y de un futuro desconocido que llamamos nueva normalidad.
Todo, contenido en ese espacio que habitamos y que llamamos ciudad.
Nuestras ciudades, como nuestros cuerpos, también tienen comorbilidades que exacerban y profundizan los efectos de la pandemia: insuficiente y precario sistema de transporte público, ausencia o usurpación de los espacios públicos, aire sucio, segregación espacial, gentrificación.
El ágora y el aleph invitan a la reflexión y se vuelve pertinente preguntarse ¿qué cambios estructurales producirá la pandemia en el sistema de transporte público?, ¿cómo impactará la vida cotidiana de las personas en el espacio público?, ¿qué tendríamos que estar previendo en términos de política pública en transporte público?, ¿es posible generar sana distancia en el sistema de transporte?
Las ciudades han respondido a la pandemia restringiendo los servicios de transporte y regulando –limitando– la ocupación de los espacios privados en aras de la sana distancia. ¿Es esto posible en el mediano y largo plazos?
No, creo que no. Los servicios de transporte público son singularísimos, en ellos coexiste el derecho a la movilidad y la obligación de servicio público (más y mejores, nunca menos), pero también son bienes inferiores (entre más ricos son los usuarios menos los utiliza) y tienen “bienes” sustitutos, entre ellos los servicios de transporte de personal y los autos particulares.
Restringir los servicios, como aumentar excesivamente la tarifa u ofertar servicios sustitutos, hace que los servicios caigan en un círculo viciosos, difícil de romper: con menos pasaje se reduce la oferta para bajar costos, lo cual aumenta el tiempo de viaje, la tarifa se vuelve insuficiente, los recursos no alcanzan para renovar y mejorar la flota, esta se vuelve obsoleta y demanda grandes cantidades de recursos, que solo pueden ser conseguidos mediante un alza en la tarifa, etc, etc, etc.
Así que, si en nuestro aleph covidiano, se opta por “soluciones” basadas en medios individuales motorizados o servicios privados de transporte colectivo, podrían lograrse, por corto tiempo, ciertas condiciones de sana distancia, pero también incidir negativamente en los actuales servicios, en la economía de las empresas y en la competitividad de las ciudades.
Dependiendo del estado actual de cada sistema, podríamos estar hablando de un “tiro de gracia” a los servicios de transporte público. En los hechos, una renuncia a la idea de servicio público y un abandono de la obligación de garantizar el derecho a la movilidad.
La pandemia toma los servicios de transporte con agudas “comorbilidades”, pero hay soluciones. Muchas ciudades han ampliado la oferta de transporte público (con vías exclusivas de transporte público, por ejemplo), han creado nuevos servicios de movilidad (bicicletas públicas o subsidios a la compra de bicicletas), se pueden habilitar calles compartidas y con mucha coordinación y gestión, crear sana distancia en el espacio público y los servicios de transporte.
Algunos ejemplos de lo que se está haciendo en el mundo y de lo que se puede hacer se pueden ver en y en .
En el ágora y el aleph todos cabemos, convivimos y coexistimos, con sana distancia, pero juntos, orgullosos de la polis, del ágora y del aleph.
Es ingeniero civil, maestro en ciencias con especialidad en Ingeniería de Tránsito y doctor en Política Pública. Cuenta con más de 30 años de experiencia temas de ingeniería, transporte, movilidad sustentable, desarrollo urbano, calidad del aire, evaluación social y financiera de proyectos y política pública. Coautor de “Los procesos de transformación de sistemas de transporte público” (Consejo Nuevo León, 2019)