Los héroes no nacen, se hacen

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Por Deyra Guerrero

“Vi nacer la unidad, vi cómo hicieron los edificios, y de repente llego y los veo colapsados, en el suelo, mucha gente, ambulancias, ruido…empecé a ayudar. La gente estaba muy exaltada, todos hablando, nadie tranquilo. Todo mundo muy conmovido, con la adrenalina hasta arriba”, comienza Don Héctor su relato, como si volviera a estar ahí justo en medio de la tragedia.

Fue así como entre las ruinas de la Unidad Habitacional Nonoalco surgió el 19 de septiembre de 1985, en el todavía llamado Distrito Federal, la Brigada de Rescate Tlatelolco-Azteca A.C, con los civiles que de forma espontánea ayudaron a salvar a personas atrapadas y a recuperar cuerpos que dejó el sismo de 8.1 grados de intensidad que sacudió a la capital del país.

Hace dos años, mientras se tomaba un café, Héctor Méndez Rosales, el “Topo Mayor”, compartió algunas de sus anécdotas, y hoy, en el trigésimo segundo aniversario del temblor del 85, es oportuno recordar algunos de sus comentarios, vigentes siempre para la reflexión.

Ese 19 de septiembre, poco después de las 7 de la mañana, Don Héctor  se preparaba como de costumbre para salir a correr cerca de su casa, en el Estado de México, pero sus planes cambiaron ese día y para siempre, al enterarse en la televisión del fuerte terremoto que había azotado al DF.

Sin pensarlo, se trasladó a la ciudad en búsqueda de su hermano en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco. Para su fortuna encontró a su familiar en buen estado, pero en ese complejo de 15 departamentos, dos de los cuales se vinieron abajo, encontró su verdadera vocación: tenderle la mano a quién lo necesita.

El también apodado como “El Chino” era un ciudadano promedio, de 38 años, maestro de inglés, casado y con dos hijos. No nació héroe, mas el 19 de septiembre, entre los escombros del Edificio Nuevo León, se convirtió en “El Topo Mayor”.

“Vi a un chamaquito, un soldado, que estaba saliendo de un hoyo y le pregunté que qué hacía y me dijo ´estamos sacando unas víctimas´ y ya me quedé con ellos, como de las 9 y media, 10 de la mañana, hasta las 7, 7 y media de la noche, y logramos sacar de ahí a una señora y a su sobrina”, explicó Méndez Rosales.

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A partir de ese jueves tuvo que sobrevivir 17 días mimetizado con la destrucción, entre el concreto, vidrios, varillas, sangre, gritos, llantos, desesperación…todo sin dejar que se derrumbara su esperanza.

Ahí empezó una jornada que actualmente a sus 70 años aún no termina, pues se convirtió en rescatista, actividad que lo ha llevado a viajar por el mundo para apoyar con su Brigada tras desastres naturales, en los rincones en los que nadie quiere entrar, solo los reconocidos topos mexicanos.

Coraje ante el miedo

El café que tomaba terminó por enfriarse y Don Héctor contó más de su historia. “Ya había yo participado en el movimiento del 68, en el 61 ya había andado con grupos activistas sociales, mi mujer así me conoció entonces sabía la joyita que tenía de marido” –lanzó una carcajada-.

“Entonces el día del temblor yo nada más le dije ‘ya me voy mi´ja acuérdate que esto es como la guerra. Ahí están los papeles de la casa, del carro, ahí hay joyas, ahí hay dólares, ahí hay dinero (…) me gustaba siempre tener dinero ahorrado para casos de necesidad o de emergencia y el año del 85 fue un caso de emergencia”.

De esta manera, se despidió de su esposa e hijos, y portando sólo un pantalón de mezclilla, una chamarra y unos tenis recién comprados, “se fue así como andaba” a la zona cero de la capital.

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Héctor Méndez Rosales, el “Topo Mayor”.

“Me metí al edificio Nuevo León y ahí me puse a tratar de ayudar”, retoma los hechos y su tono se vuelve de nuevo serio. “Ya de ahí me quedé toda la noche trabajando, y al otro día empezó a llegar gente a trabajar al lado mío y en la tarde volvían, porque se iban a comer a su casa, o iban a avisar a su casa o a su trabajo”.

“Y así fue diario, diario durante 17 días y en esos 17 días se fue integrando y se fue conformando el grupo de Los Topos, ahí en lo que fue el edificio Nuevo León, en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco”.

La plática es interrumpida para hacerle al rescatista la primera pregunta que dicta el instinto: ¿no tuvo miedo?. A lo cual responde de inmediato y sin filtros: “sí sentía miedo, pero me daba muchísimo coraje tener miedo y me sentía ofendido de tener miedo, y le das para adelante, no le piensas. Le tienes que echar ganas”.

“En una de esas me senté por ahí en el pie del edificio. Alguien por ahí me dio un refresco y me quedé sentado. Muy agobiado, muy triste, muy cansado, me dolían los dedos terrible y ahí me di cuenta que no tenía que esperar a que nadie me viniera a felicitar (…) que hay una cosa que todos podemos hacer, que es ser solidarios, y dar lo mejor de ti, aunque sea a costa de tu vida”.

Con solidaridad…¡duro, duro!

A la memoria se le vienen al “Topo Mayor” más flashazos de lo ocurrido, algunos con tintes de tragicomedia. “Sacamos más gente viva. A una señora viejita que no quería salir porque quería que le diéramos ropa, porque estaba en puro fondo. Había alguien que repetía ‘yo soy ingeniero, yo soy ingeniero’. Me desesperó y le dije ¿ingeniero en qué cabrón? -En sonido- respondió. Casi lo golpeo”.

Como en la vida misma, las tareas de rescata estuvieron llenos de contrastes. “Por ejemplo, sacamos a una señora que su perro le había comido desde la rodilla, hasta la cadera, porque el perrito no tenía qué comer. La señora obviamente falleció”. Del otro extremo, en resultados y emociones, se logró sacar vivos a Óscar Flores y su esposa Rebeca, tras una semana de estar desaparecidos.

Al cuestionarle si él o sus compañeros de la Brigada Tlatelolco-Azteca se consideran héroes, contesta de forma categórica que sólo son trabajadores voluntarios.

“Un trabajador voluntario, es parte de la sociedad, pero no es héroe. Nosotros que tenemos conciencia, que sabemos que te vas a morir un día, decimos, bueno, muere de manera digna. Nosotros asumimos el rol de trabajadores voluntarios”.

Las palabras y el entusiasmo parecen nunca terminársele a Don Héctor cuando habla de su mayor pasión, pero el tiempo de la charla sí tuvo un límite pues se dio mientras el histórico personaje se encontraba en una reunión de rescatistas, en la Ciudad de México. Así que inevitablemente se aborda el tema de su despedida.

“Me dicen ¿cuándo te retiras? Les contesto que hasta que Dios quiera. Tengo dos nietos. Uno, cuando tenía tres años, se puso el uniforme un día que regresé de un desastre y gritó ‘Tata, soy Topo’. El pequeñín tiene 4 años y me grita cuando me ve ‘abuelo Topo’”.

“Yo ahorita no pienso en cómo quiero ser recordado. Yo pienso ahorita en seguir trabajando durísimo. Ahorita yo le pido diario a mi Padre que me permita seguir haciendo todo el trabajo en su nombre. Ya que me vaya, bueno, pues ¡ya pa´calacas!.”.

Con la misma convicción que aquel 19 de septiembre de 1985, cierra el diálogo con un consejo: “antes de morir haz todo lo que puedas, pero házlo bien hecho, con amor y decisión, con solidaridad…¡duro, duro!”.

Postdata

rescateDurante la entrevista realizada hace dos años, Héctor Méndez Rosales afirmó que el temblor de 1985, que se estima dejó casi 13 mil muertos, 4 mil heridos y 100 mil inmuebles dañados, también benefició a la población mexicana al sensibilizarla, pues era ya muy estresada, agresiva,  acelerada y hasta loca.

“Surgió una sociedad muy renovada (…) ya se necesita otro sacudidón. Las autoridades corruptas, la gente indolente, otra vez tanta violencia. Tiene que haber un cambio. Hace más 30 años el terremoto sacudió muchas conciencias. Ahorita tiene que haber otro cambio”, sentenció hace dos años.

Se cumplió. Una semana y media ha pasado apenas del sismo más fuerte de la historia contemporánea en México, de 8.2 grados de intensidad, que cimbró al centro y sur del país. ¿Vendrá una transformación definitiva en nuestra nación?

 

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