Verdad y Justicia
Por Séverine Durin
Hace días cerré mi cuenta de Facebook para conseguir cierta calma, mayor capacidad de introspección, incluso a diario he estado apagando por horas mi teléfono para no revisar las notificaciones que me llegan por whatsapp.
Esto, para procesar una pérdida, aislarme y escucharme. Meditar de madrugada, escribir cuantas veces lo necesité al día, hacer yoga, escuchar música, estos son mis remedios caseros, además de la terapia profesional y mis actividades laborales que realizar desde casa.
Me sé afortunada por contar con estos recursos internos, ingresos seguros y un techo, sin los cuales mi angustia sería mucho mayor.
Aún en una situación privilegiada, en las circunstancias actuales es complejo procesar pérdidas. Es asombroso lo que estamos viviendo como humanidad. A diario recibo correos electrónicos institucionales, y recientemente, estos han sido mayormente avisos de decesos.
El sábado 23, un colega perdió a su madre, días después de perder a su hermano, y un alumno del posgrado en la ciudad de México perdió también a su madre. El día anterior un colega falleció en Guadalajara. Y así para atrás. A estas muertes por COVID-19, se suman aquellas de colegas que partieron durante la pandemia luego de una larga enfermedad, por vejez, a quienes no pudimos honrar, como de costumbre hacemos al despedir seres queridos.
¿Cómo procesar tantas noticias tristes en tan poco tiempo? En mi caso, escribir un mensaje a un colega para expresarle mi sentir ante la pérdida de un ser querido nunca es un acto protocolario, que realizo de forma automática.
Sí, siento su pérdida, y al ser tantas, últimamente entré en una suerte de mutismo, porque no encuentro las palabras para dirigirme hacia los deudos.
La parca está de fiesta. A nivel mundial, aproximadamente dos millones de personas ya fallecieron por COVID-19. Pese al inicio de las campañas de vacunación, la existencia de una nueva cepa mantiene alerta a las autoridades sanitarias y a la población.
No sabemos por cuánto tiempo estaremos viviendo en estas condiciones de aislamiento, con medidas restrictivas, y rituales de limpieza. Vivimos sabiéndonos mortales. Yo vivo agradeciendo por amanecer, y estar aquí un día más.
Experimenté algo similar en los años 2010 y 2011, cuando los retenes en vías urbanas y los enfrentamientos armados eran el pan nuestro de cada día en Monterrey. Muchas veces transité la ciudad en mi automóvil sintiendo que hoy podía ser el último día.
Me sentí vulnerable, desamparada, también profundamente enojada con las autoridades a cargo de la seguridad pública, por sacar el ejército y a la Marina Armada de México a las calles. Perdimos el uso del espacio público, nos invadió la incertidumbre, incluso nos venció el terror ante las ejecuciones y las desapariciones.
Pero hoy en día ¿a quién responsabilizar por esta pandemia y alud de pérdidas? Ciertamente, la gestión de la pandemia es un asunto de política pública, y los funcionarios a cargo de la estrategia en México tienen que rendir cuentas acerca de las decisiones tomadas, por ejemplo no permitir el uso de pruebas rápidas o tergiversar acerca de la utilidad del cubre boca.[1]
El hecho es que las pérdidas son múltiples, de nueva cuenta se nos arrebató el uso del espacio público y nuestro libre tránsito, se nos pide disciplinarnos mediante el uso de cubre-bocas, de geles y someternos a la toma de temperatura corporal al ingresar a comercios. Para muchos, la pandemia conllevó perder su fuente de ingreso, el cierre de empresas, la separación de parejas, la reforma forzada de planes de vida.
Y quedó atrás la convivencia presencial entre colegas, amigos, vecinos, familiares, estudiantes, la posibilidad de coincidir en el pasillo de la oficina, y de abrazarnos. Gran pérdida ésta, en un pueblo tan cálido y expresivo como el mexicano.
Pero sobre todo ¿cuántas personas más habremos de despedir? ¿A cuántos rituales mortuorios no podremos asistir para dar el último adiós y darnos el pésame? Cuando termine esta emergencia sanitaria, ¿cuántos duelos no habrán podido ser tramitados de buena manera?
En el país de los altares de muertos como emblema de la cultura popular, en el año 2020 no fue posible acudir a los panteones, mucho menos celebrar ante los ojos de turistas extranjeros este reencuentro de los deudos con sus antepasados gracias a las prácticas de memoria, los tamales, los moles y alcoholes ofrecidos con cariño, y compartidos en torno al altar doméstico o sentados en la tumba.
¿Sabremos reinventarnos culturalmente para despedir a nuestros seres queridos fallecidos en tiempos de pandemia?
Este es el momento de valorar la labor de las y los psicoterapeutas y tanatólogos, y enfocarnos en la salud mental como un área prioritaria para tramitar las múltiples pérdidas derivadas de la emergencia sanitaria.[2]
La suspensión de los rituales mortuorios, que congregan a familiares y allegados, vuelve más difícil transitar el duelo, porque no es posible cerciorarse de que la persona falleció, y entonces a aceptar la muerte.
Los rituales a distancia, con misas por medio de redes sociales, los están supliendo; psicólogos y tanatólogos recomiendan hacer oraciones y meditaciones desde casa, según las creencias.[3]
Incluso, como antropóloga, la instalación de altares en nuestros hogares para honrar a nuestros difuntos es un recurso cultural recomendable.
¿Sabremos tramitar estas pérdidas colectivamente, en tanto sociedad y mundo afligido por una pandemia? La muerte, más allá del dolor, es una oportunidad para los deudos de crecimiento.
La investigación científica, y los esfuerzos para encontrar una vacuna, son solo la punta del iceberg de los aprendizajes que esta pandemia nos puede dejar. Habremos de encontrar respuestas para explicarnos cómo ocurrió, qué factores propiciaron esta pandemia, revisar nuestra relación a la alimentación y el poder de la agroindustria (considerando la comorbilidad por hipertensión, diabetes y obesidad), y tal vez el saldo humanitario de esta pandemia nos invite a reconsiderar nuestro lugar dentro del mundo animal y vegetal. ¿Quién dijo que somos dueños de tierras y mares?
Nos falta mucho por conocer y aprender, y a futuro se escuchará en boca de quienes sobrevivirán: “¿recuerdas cuando el COVID?”, “así era antes de la pandemia”, o “todo pasó por la pandemia”. Habrá un antes y un después. Hemos mucho que aprender, tanto como estamos despidiendo personas valiosas hoy en día.
FUENTES /LINKS
- Véase un “Daño irreparable. La criminal gestión de la pandemia en México”, un libro que firma la Dra. Laurie Ann Ximémez-Fyvie, jefa del laboratorio de genética molecular de la UNAM, Planeta (2021). Así mismo la editorial de Ricardo Raphael “Un daño irreparable” (23/01/2021) en Milenio (https://www.milenio.com/opinion/ricardo-raphael/politica-zoom/un-dano-irreparable).
- Consulta las medidas que el gobierno de México recomienda en materia de salud mental durante la pandemia https://coronavirus.gob.mx/salud-mental/.
- https://www.contralinea.com.mx/archi/vo-revista/2020/05/14/pandemia-de-covid-19-dificulta-manejo-del-duelo-por-la-muerte-de-seres-queridos