AGORA
Por Raúl Ricardo Zúñiga Silva*
El 13 de julio pasado moderé una mesa de diálogo del Foro Nuevo León Mañana sobre Desarrollo Social “Discriminación en NL: otra forma de violencia”, que me llevó a reflexionar cómo se ha acelerado la crisis en materia de derechos humanos que viene de años atrás.
Como advierte el Programa Institucional del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación 2021-2024, la discriminación en México es un problema público estructural, que limita, restringe y niega derechos y oportunidades a millones de personas, especialmente a aquellas que se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Lo anterior y la violencia profundizan la desigualdad, inhiben el desarrollo de las personas y, con ello, su calidad de la vida, lo que puede generar una débil cohesión social e infelicidad.
El desarrollo se logra creando las condiciones necesarias desde la libertad e igualdad; las personas, los grupos, las comunidades, la sociedad sientan su necesidad de saber, crecer y desarrollar sus potencialidades, para vivir en las mejores condiciones y con una vida digna.
Lo que le da sentido de unidad al desarrollo humano, a los derechos humanos y a la democracia es la dignidad; ninguno de ellos puede existir si no está en el centro esta última. Cuando se daña la dignidad es como lastimar algo íntimo de la persona, en sus entrañas.
La dignidad se reconoce y se pone en práctica. Un modo para ejercerla es desde la participación ciudadana, la cual se da en el espacio público. Si somos capaces de escuchar el grito de una víctima que nos llama a escucharla y sentirla desde la empatía y la compasión, podemos apoyar, acompañar y favorecer el crecimiento desde la resiliencia.
Cuando ligamos los derechos humanos al desarrollo humano sentamos las bases de un destino con una visión de futuro sustentable, sin discriminación, satisfaciendo las necesidades básicas, el bien ser (estar en presencia aquí y ahora en equilibrio, paz, alegría, amor, y sintiendo una maximización del bienestar en general) y el derecho a la felicidad, entre otros beneficios.
Cuando vinculamos el desarrollo humano con la democracia el reto es ejercer nuestra participación política para el ejercicio del poder con sabiduría, a generar procesos para la institucionalización de la igualdad sustantiva en todos los espacios y con ello cambiar la cultura patriarcal, generar procesos democráticos con sentido de justicia y seguridad humana, sustentado en la dignidad.
Un Estado democrático debe funcionar con todas sus instituciones y sus procedimientos regular y eficazmente para garantizar el pleno ejercicio de los derechos y el desarrollo humanos sin excepción. Es aceptar la diversidad humana con su gran gama de ideas diferentes, con el compromiso de alcanzar una igualdad plena y sustantiva.
Por ello, contar con instituciones que promuevan el desarrollo humano desde el ámbito público nos permitirá “que nadie se quede atrás”. Que estén en el centro las personas, en especial aquellas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad y de exclusión.
Si logramos políticas públicas con enfoque en el desarrollo humano, los derechos humanos y con participación ciudadana, podremos promover el respeto a la diversidad, fomentar un mayor ámbito de libertades y de igualdad, así como un empoderamiento para la protección de los derechos individuales, grupales y comunitarios, además de facilitar la autodeterminación de las personas a partir de la ampliación de la conciencia.
Así, conectarnos con la trascendencia de nuestras acciones y valorar, respetar y admirar la dignidad nos permitirá observar el fondo de la esencia humana.
ÁGORA es un espacio de reflexión del Consejo Nuevo León