Por Pablo Pérez
En todos los medios se habla de “Beryl” como hace un par de semanas se habló de “Alberto”, sabemos la velocidad de sus vientos, los volúmenes de agua que desplaza y el día y hora aproximados que tocará tierra en el caribe mexicano. Conocer tanto de un fenómeno potencialmente destructivo es una buena muestra de que ante las cosas visibles la gente si está dispuesta a creerle a la ciencia.
Me llama la atención lo mucho que estamos dispuestos a poner de nuestra parte como individuos para prepararnos a última hora, como se ve siempre en las compras de pánico. Tal vez justo el confiar tanto en los pronósticos meteorológicos nos da la idea de que podemos hacer algo ante la fuerza de la naturaleza.
En contraste están los sismos, ante los que el tiempo de alerta es muchísimo menor, cuando hay. Para prepararnos a enfrentar el riesgo de un terremoto nadie pone en duda la principal responsabilidad del gobierno al organizar los simulacros, determinar zonas de riesgo, imponer medidas de seguridad a las construcciones y designar personal responsable de que se respeten.
Hablando de esa responsabilidad, dicen que construir calles le da buena imagen a un político pero construir drenaje, una de las claves para prevenir daños climáticos, no le conviene porque la gente no lo ve hasta que es demasiado tarde. En realidad hablando de desastres naturales siempre tapamos el pozo después de que se ahogó el niño; no se cambiaron las reglas de construcción en Ciudad de México hasta después del sismo de 1985 y no se diseñó un proyecto para contener las grandes inundaciones en Monterrey hasta después del huracán Gilberto en 1988.
Queda claro que en todo el país las medidas de prevención, que deben mitigar los efectos climáticos en comunidades nuevas y ya establecidas, no se han aplicado con suficiente antelación. ¿De qué otra manera se explica que haya tantas inundaciones graves en varias entidades de nuestro país en esta temprana pero extrema temporada de lluvias?
Así como pavimentan calles para después tapizarlas con su propaganda es hora de exigirle a los funcionarios de todos los colores y filiaciones que se pongan las pilas con la prevención de fenómenos climáticos, nadie sabe cuando habrá un sismo de potencial catastrófico pero sí sabemos que todos los años hay temporada de huracanes y que cada vez hay más y de mayor intensidad.
Si le creemos a la ciencia a la hora de darle seguimiento a los huracanes cada temporada debemos también creerle a los científicos y técnicos que desde las universidades y organizaciones señalan que no se debe construir en ciertas zonas o que la mayoría de nuestras ciudades tienen un atraso de décadas en sus obras de drenaje pluvial.
Diseñar y construir medidas de prevención, especialmente ahora que el cambio climático claramente vuelve estos fenómenos más frecuentes e intensos, es una obligación del gobierno que no debe ser dejada para el último momento ni en manos de los ciudadanos.
El caso de la prevención de desastres es el caso del acceso al agua, a la vivienda, al trabajo justo y a la justicia pronta y expedita… ninguno de estos son procesos sencillos ni inmediatos y en todos estos el gobierno (este y los anteriores) suele actuar en contra de las recomendaciones de científicos y expertos y a favor de “construir calles” que beneficien sus intereses políticos, dejando las soluciones solo al alcance de quienes pueden pagarlas, como con las compras de pánico.