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Inicio Diálogos

Denunciar el acoso: revictimización y más acoso

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marzo 6, 2020
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Por Alba Hernández*

Soy periodista y feminista y así fui revictimizada en la Fiscalía de Delitos Sexuales, por poner una denuncia a un acosador

La semana pasada tuve una horrible experiencia con un hombre borracho que me acosó en la calle, muy cerca de mi casa. Terminó arrestado y yo revictimizada, al padecer el proceso de denuncia en la Fiscalía Especializada en Delitos Sexuales de la alcaldía Álvaro Obregón.

Para mí fue una lección sobre cómo el sistema de justicia no es una buena opción para nosotras; ni aún en las instancias “más a la vanguardia” y regidas por Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Lo que pasó es que se detuvo al agresor por unas horas o días. En otras casos más graves son meses o años, que pueden salvar la vida de una víctima, sin que eso represente que disminuya la violencia estructural que enfrentamos las mujeres.

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Las cosas pasaron así: iba caminando por la banqueta, y a unos metros de mí vi a un hombre canoso, de unos 60 años. Lo escuché acosar a dos mujeres muy jóvenes, una de ellas con uniforme. Me enfureció. Cuando pasé a su lado el tipo también decidió acosarme: “estás bien sabrosa”, masculló. Regresé a enfrentarlo.

Le pregunté si sabía que acosar mujeres era un delito. Inmediatamente se burló de mí y comenzó a insultarme: “gorda chancluda, ni quién te quiera coger, cuál delito”, vociferó desde un árbol donde se recargaba porque estaba muy borracho.

Como vi una patrulla a unos cuantos metros decidí pedir ayuda, me acerqué y les conté a los policías que el hombre estaba muy borracho y agrediendo mujeres. Me ignoraron. El acosador aprovechó para intentar huir y se metió a las oficinas de la alcaldía Álvaro Obregón, que estaban a unos cuantos metros y casi a punto de cerrar.

Fui detrás de él, le pedí al policía de guardia que lo detuviera, aunque tampoco me hizo caso al principio, cuando vio que el agresor se echó a correr fue tras él. Y en presencia del policía el tipo me volvió a insultar, muchas veces.

Le llamaron a otra patrulla que tardó más de 15 minutos en llegar. El tipo seguía insultándome. Nos llevaron a un juzgado cívico porque los policías consideraron que el delito no era acoso sexual, aunque yo lo mencioné cuando íbamos en la patrulla. El hombre, muy borracho, me siguió insultando en el juzgado cívico.

Cuando la jueza me preguntó frente a él qué había pasado, ella misma escuchó los insultos sexuales que el hombre seguía escupiendo. Nos dijo que la denuncia procedía penalmente en la fiscalía.

Había varias mujeres esperando en el juzgado cívico, cuando este hombre borracho llamó a su esposa y le avisó que había sido detenido por “acoso sexuaaal”, le gritó muy fuerte y con enojo, como si ella tuviera culpa.

Varias reprobamos el hecho con gestos y miradas. Una de ellas se acercó para agradecerme haberlo denunciando. Todas sentimos que la violencia que él ejercía contra su mujer era cotidiana.

Aunque nos trasladaron en una patrulla tardamos casi 40 minutos en llegar a la Fiscalía Especializada, para ese entonces ya le había explicado a un policía que yo era una periodista que entendía sobre mis derechos y la violencia que estaba denunciando. La ministerio público que tomó mi primera declaración quería que me quedará a realizar todo el proceso esa misma noche, lo que hubiera hecho que terminara de madrugada. Querían que llamara a un familiar cercano para que me acompañara a mi casa, y me preguntaban por qué no podía.

Yo sólo me negué y pedí rendir mi declaración. La ministerio accedió al ver mi determinación, y unos policías me llevaron de regreso al lugar de los hechos, para que de ahí me fuera a mi casa. La agresión inició a las 17.15 horas, y esa noche pude retomar mi vida hasta las 22.30 horas. Me sentía cansada y enojada.

Regresé a la Fiscalía al día siguiente, alrededor de las 10 de la mañana. Me iban a realizar unos exámenes psicológicos para medir mi “grado de afectación” ante el acoso del que fui víctima. Lo primero que me advirtió la psicóloga perito es que las pruebas serían muy exhaustivas y contendrían detalles de mi vida social, familiar e incluso sexual. Que podría durar entre 2.5 y 3 horas. Cuando hizo énfasis en los detalles, me sentí agobiada, y le pregunté por qué necesitaban examinar así mi vida, ¿con qué objetivo? Su respuesta me abrumo más:

“Las condiciones de cada mujer pueden ser determinantes para medir el grado de afectación de cada agresión”, me explicó la perito y usó este ejemplo: “Imagina que tuvimos un caso en donde la mujer que fue violentada nunca había tenido relaciones sexuales, a sus 43 años, obviamente ese era un factor para que su afectación fuera más grave”, me dijo y le contesté que eso era muy subjetivo, por decir lo menos. Intenté argumentar que en un país con la violencia feminicida como la hay en México, cualquier mujer podría ser afectada ante un acoso sexual, incluso una como yo. “Por eso las mujeres están protestando, porque 2 de cada 3 es víctima de violencia”, le argumenté.

Se lo recordé porque yo he sido, desde muy niña, víctima y sobrevivientes de esa violencia, y sabía que podría salir muy herida de las maneras cómo la fiscalía pretendía “hurgar” en mi vida, sólo por denunciar un delito de acoso, que incluso se cometió en flagrancia.

Se lo recordé porque la intención de esos exámenes tendría que ser garantizar mi integridad y recibir atención para mi bienestar, no una condicionante para que se me hiciera justicia como ella me lo estaba explicando. O eso es por lo menos lo que promete la Ley de Víctimas.

Pero ella negó con su cabeza y me advirtió, que no todas las mujeres son afectadas por la violencia en este país, y que “aquí no manejo eso del machismo ni del feminismo”. Y ahora no me sentí agobiada sino directamente agredida, pues sólo en las corrientes más críticas del feminismo he encontrado respuestas, apoyo y acompañamiento, a las violencias sexuales que viví desde la infancia, y que de adulta logré denunciar.

También fue en el feminismo que encontré herramientas para trabajar como periodista y compañera con varias mujeres víctimas  y sobrevivientes de la violencia feminicida.

Yo me hice feminista para entender por qué cuando intenté denunciar a mi papá por ser un pederasta que abusó de varias niñas, la abogada de la organización de apoyo a las víctimas en Nuevo León a la que me acerqué me cuestionó: “¿Lo que buscas es venganza?, ¿qué ganas con una denuncia penal?, ¿te drogas?”, todo eso en una llamada en la que me advirtió que la pederastia era un delito que prescribe.

Me hice feminista porque no encontré apoyo ni justicia en las instituciones gubernamentales, ni en las organizaciones civiles, ni en las terapias a las que fui referida, ni en los círculos que entonces eran mis cercanos y poco afines al feminismo, incluidos varios miembros de mi familia.

A través del estudio y de la reflexión con otras mujeres, y con guías como la lesbofeminista, Karina Vergara, una mujer generosa y lúcida que habla de poesía y justicia con la experiencia de acompañar a varias sobrevivientes y activistas en México y en el Abya Yala (así es nombrado el territorio conocido como América por los pueblos originarios) entendí, desde hace tiempo, que el sistema de justicia patriarcal no tiene interés en respetar las herramientas con las que cuenta, porque tiene una estructura misógina, en la que la voz y vida de las mujeres es desvalorada sistemáticamente.

Por eso un delito como la pederastia prescribe en la mayor parte de México, aunque sean las niñas las principales víctimas; por eso un hombre ebrio cree que puede insultar impunemente a una mujer en la calle o incluso delante de una jueza.

Así que no me sentí en confianza ni con ganas de que la perito de la fiscalía hurgara ese día en mi vida, y sin perspectiva feminista. Porque la psicóloga que iba a procurar mi justicia, equiparaba la lucha de las mujeres, que me dio tantas respuestas, con la violencia machista que nos está asesinando, como en ninguna otra parte del mundo.

Le dije que era una lástima no tener una perspectiva feminista con ella, firmé una hoja donde redacté por qué no permití la prueba y pasé a lo peor: mi declaración al policía de investigación.

El policía me llevó a la misma área donde tenían al acosador detenido. Pude verlo a través de un grueso vidrio, y no sé si él me vio. Cuando el policía leyó mi nombre en voz alta, a unos cuantos metros del detenido, me puse muy nerviosa y le pedí ser más discreto. Él dijo que no pasaba nada.

Pero lo peor fue cuando el policía me dijo “muñecota” y tomó mi mano para calmarme. Me solté en cuanto pude y le dije que quería terminar rápido. Redacté los hechos en un mar de emociones, y el policía me explicó que si un juez decidía que el agresor fuera vinculado a proceso ellos me avisaban. No lo hicieron. Salí de ahí temblando y revictimizada.

Días después, tuve otro encuentro entre feministas y sobrevivientes de la violencia feminicida, como lo somos muchas, y pude ver a Karina, quien me recordó que fue importante detener al agresor, por lo menos algunas horas o días, porque eso puede salvar a alguna.

Aunque no es una opción para todas ser sometidas a largos procesos misóginos. Por eso, sigo estudiando y aprendiendo de otras mujeres con otros anhelos y perspectivas de justicia, que sí incluye a las feministas, y que sí se preocupa por tratar con dignidad a las víctimas.

*Alba es Periodista con 15 años de experiencia en distintos medios nacionales de prensa escrita, radio, televisión, internet y redes sociales. Feminista. Poeta. Sobreviviente. Guerrera.

 

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Temas: acosoAutoridadesCDMXeditorialmujeresviolencia
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