Por Deyra Guerrero
Desde niños nos repitieron en la escuela que la primavera comenzaba el 21 de marzo y quizá hasta desfilamos disfrazados de alguna bonita flor o un tierno animalito, pero ¿esto es verdad?.
La estación de la que hablamos inicia con la entrada del equinoccio de primavera, que es el momento del año en que la duración del día y la noche se igualan como consecuencia de la posición del eje de la Tierra con respecto al Sol, que permite que los rayos solares incidan de igual forma sobre ambos hemisferios.
Pese a que acostumbramos celebrar el arranque de la primavera el 21 de marzo, en realidad el equinoccio cambia todos los años en fecha y hora, esto se debe a que el periodo orbital de la Tierra no es exacto, así que la primavera puede llegar entre los días 19 al 21 de marzo.
Durante el evento astronómico, el Sol, en su recorrido por el firmamento, cruza el ecuador celeste y podemos apreciar al astro rey en posición perpendicular con respecto a nosotros.
El equinoccio primaveral se registra entre los días 19 y 21 de marzo en el hemisferio norte, y los días 22 y 23 de septiembre en el hemisferio sur; solo ocurre una vez al año en cada hemisferio y de forma paralela a él, en el hemisferio opuesto se produce el equinoccio de otoño.
Cientos de personas acuden en el país cada año durante el equinoccio primaveral a construcciones prehispánicas para recibir el cambio de estación, por ejemplo a la Pirámide del Sol en Teotihuacán y el Templo de Kukulkán en Chichen Itzá.
Se cree que en esta fecha las personas se pueden cargar de energía en rituales que realizaban históricamente las culturas indígenas. La costumbre es acudir a los lugares arqueológicos con vestimenta blanca y levantar las manos al cielo para llenarse de vitalidad con los rayos del Sol.
Sin embargo, expertos señalan que no existe evidencia de que los pueblos indígenas recibieran esta parte del calendario con una ceremonia especial.
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