ÁGORA
Por Socorro Arzaluz Solano*
El 25 de junio, en un acto público en el Estado de México, el presidente de la República expresó textualmente que en la pandemia por el coronavirus ha ayudado mucho que “la familia mexicana es muy fraterna”; después añadió “a veces no gusta mucho, porque también con razón, se quiere cambiar el rol de las mujeres y eso es una de las causas, es una de las causas justas del feminismo, pero la tradición en México es que las hijas son las que más cuidan a los padres, nosotros los hombres somos más desprendidos”.
Esta frase ejemplifica un estereotipo de género que asigna a las mujeres el cuidado de los demás.
La división sexual del trabajo marca que la vida pública pertenece al mundo de los hombres y lo que sucede al interior de los hogares es tarea de las mujeres, así que el hecho que las familias tengan ya varios meses viviendo, estudiando y trabajando en el espacio privado suscita una reflexión sobre el valor económico y social que tienen las tareas domésticas y las labores de cuidado.
En la encuesta “Condiciones de habitabilidad de las viviendas y el entorno urbano ante el aislamiento social impuesto por COVID 19”, aplicada por la UNAM entre mayo y junio de 2020 en varias zonas metropolitanas de México, se observa que las mujeres son quienes realizan en mayor medida las tareas domésticas, el cuidado de menores y enfermos y, además, la supervisión de las tareas escolares de niñas, niños y adolescentes que toman clases en casa, lo anterior, sumado a su propio trabajo remunerado.
Las actividades en el hogar han sido esencialmente femeninas, se trata de tareas no remuneradas, sin reconocimiento ni valoración social, y la vida en confinamiento nos da la ocasión de revalorar el costo económico y social de estas tareas que son fundamentales para que los miembros de la familia puedan desarrollar una actividad productiva.
Lo mismo sucede con las labores de cuidado, es decir, la ayuda que se presta a las personas dependientes para su desarrollo y bienestar, ya sea niñas, niños, personas de la tercera edad o con alguna enfermedad.
Esta actividad también es realizada por mujeres, ya que el imaginario considera que ellas, en forma altruista, están naturalmente capacitadas para esta labor.
Pensemos también que, cuando las familias pueden pagar por estos trabajos, las personas que los desarrollan son casi siempre mujeres bajo condiciones laborales poco reguladas.
Las políticas públicas de cuidado están diseñadas con un enfoque hacia la mujer como responsable, por lo tanto, es necesario un nuevo paradigma que considere que el cuidado es un tema básico que debe ser resuelto en forma conjunta entre familias, sociedad y Estado.
Busquemos ejemplos que han funcionado en otros países.
Por otra parte, es necesario crear conciencia en las familias de la necesidad de corresponsabilidad en estas labores, dejar de pensar que las mujeres tienen la obligación de realizar todas las actividades del hogar y, además de cuidar de los demás, hacer de estas labores tareas colectivas.
Que esta crisis nos dé la oportunidad de reflexionar sobre la vida doméstica y su valor para la vida productiva y que nos haga conscientes que a lo largo de nuestra vida todas y todos necesitaremos ser cuidados. Y dejar de pensar que sólo las mujeres con su “entrega incondicional” son capaces de realizar ese trabajo.
ÁGORA es un espacio de reflexión del Consejo Nuevo León